¿Sueñan, Cristina, los
androides con ovejas eléctricas? Ya Blade
Runner con sumo lirismo nos demostró que sí. ¿Sueñan las hormiguitas
replicantes con galácticas ínfulas radiofónicas? Y cómo no. Dejó sentado hace
cientos de años Hobbes que “no tener deseos es estar muerto”. Sólo
le pudo un poco “responder”, cientos de años antes a su vez, Francisco de Asís, el Santo que sobre
todo inspira al Papa: “Deseo poco, y lo
poco que deseo, lo deseo poco”. Hasta para ser un Papa humilde, primero hay
que desear ser Papa. Que seguimos todos hechos un lío, vamos.
Total, que la radio post-moderna es como es, que los micro-espacios son
como son, que en esta Era de las
Celebrities si concedes algo más que un suspiro en una cadena nacional a
alguien sin nombre la audiencia aprieta el botón y se larga, más la actualidad,
que manda y manda, y cómo no van a comprender todo esto las mansas hormiguitas,
que sólo pueden sentir gratitud e inclinarse hacia el único medio de postín que
ha mostrado curiosidad por sus pobres Ínfulas.
Si es que además, Cristina, estuviste de verdad muy amable y magnánima con
esta hormiguita que en este mísero blog hoy te escribe, de sobra sabiendo que
no alcanzarás a leerme, sólo para completar un poco lo que en tu programa no
pude decirte y de paso soñar que quizás te interesara escucharlo. Que había venido yo allí, a tu radio, como el gran
Umbral ante Milá a hablar de mi libro, es decir, a hablarte de mi fracaso, y
quisieron las circunstancias que apenas pudiera yo desenvolverlo, hasta el
punto de casi ni parecerlo, con todo lo que yo el fracaso me lo he trabajado,
házte tú cuenta. (He puesto el enlace a la entrevista en los bajos del blog, tras las entradas que pueden leerse, porque, bobo de mí, soy incapaz de insertarla en ésta de hoy, excusse me)
http://www.goear.com/listen/775eb10/fin-semana-cope-jose-antonio-del-pozo
Así es que no me cuesta nada, Cristina,
soñar eso, que te tengo aún enfrente y sin prisas, (y detrás de ti, a los
cientos de miles de oyentes que encantados te siguen), fijos aún tus
espectaculares ojos azules, zafiros resplandecientes, en mis Ínfulas aturulladas, para contarte… Tuve que autoeditarme, sí,
tuve que reunir y arriesgar los ahorros propios, no como un potentado que
impone al mundo su capricho de ocasión, sino como una hormiguita anónima
férreamente convencida de la valía de lo que ella creó. Si alguna vez, todas las
distancias salvadas, el mismo Juan Ramón
Jiménez se vio también en semejante
tesitura, por qué no hacerlo yo, por qué dejar al universo Mundo sin
comunicarle lo mejor mío.
Y es que, verás Cristina,
envié antes mis originales a una docena larga de editoriales, medianas,
caudales y más chicas, que diría Manrique,
ya sabes, fotocopias, direcciones, envíos, la espera… La espera. Más humillante
que el rechazo fue la nula respuesta, el total silencio que por absoluta
unanimidad de todas obtuve. Ni el NO siquiera. Nada. Me dije, hombre, en el
bingo de mi barrio, al que no entro, me tratan al pasar por la puerta con más
respeto que estas humanísticas empresas. No me hubiera resultado tan humillante
ese vacío absoluto, claro, de no observar a diario las toneladas de bazofia a
todo lujo editadas y archipublicitadas que vemos. De ese arrebato de dignidad,
diríamos, si esta palabra no estuviera ahora tan manoseada, convencido de la
valía de lo mío, brotó el arranque, como los intrépidos maletillas que se
lanzaban a las plazas, para autoeditarme
mis Historias.
Y así, Cristina, acompasando
la oferta de mi libro a la escritura diaria del blog y del twitter, intento hallar en las redes sociales, en
las personas que hay tras ellas, siendo uno nadie, la comprensión y el aliento
que en las editoriales no encontré. Un poco, seguro que tú lo recuerdas,
como aquel personaje, algo trastornado, de Fellini,
que en medio de la inmensa llanura se encaramaba a la copa de un árbol
magnífico para gritarle a los Vientos una y otra vez su desesperación… ¡VOGLIO UNA DONNA! … pues de igual
forma me encaramo yo a mi blog, al tuiter, a tu radio, Cristina… quiero una oportunidad, quiero una oportunidad.
Pues escribir en Internet nos parece a menudo escribir sobre el Viento,
y que no es sino aire lo que escribo, que con las vueltas del mismo viento por
algún lado se pierde. Quería entonces tratar de amansar y de amasar ese Viento,
solidificándolo y haciéndolo real entre las manos bajo la forma de libro/libro,
y más siendo éste de un corte intimista, que bucea entre los entresijos del
corazón de un hombre. Necesitaba, Cristina,
además, la prueba indubitable que me reafirmara como escritor. Mostrarle, a
quien pueda a uno leerle, esta otra faceta mía más íntima y depurada que los
artículos del blog, que me permitiera trasladar al mundo mi rabia, mi desesperanza, mis alegrías también, pero no en forma
de pesadísimo discurso, sino bajo los esquemas, mucho más creativos y amenos,
que exigen lo literario: una trama, unos personajes, unos diálogos, un amor, un
humor, una aventura.
Y claro
que hay muchas cosas muy mías en el libro, siempre que no se entienda esto en
su literalidad, pues lo autobiográfico está deliberadamente sometido a los
mecanismos y procesos expresivos con que la literatura transforma la realidad, para
engrandecerla, intensificarla, trascenderla, embellecerla o entristecerla… para
conseguir así que muchos de quienes lo lean –así algunos, gracias, Dios mío, ya
me lo han escrito- puedan sentirse reconocidos en la zozobra y en la
vulnerabilidad que, como el de mi Armando,
todo desahucio sentimental comporta.
Que este Armando mío, Cristina, a contrapelo de lo que
proclama el título, ni es un bobo –un ingenuo, sí-, ni se da ínfulas –que son
en él ilusiones-, como si quisiera desde el mismo frontispicio sugerirse que
muchas veces no son las personas lo que parecen.
Ofrecer así, como músico ambulante, el fruto de mis desvelos, mi libro,
en Internet, en las Redes Sociales, que
pese a ser territorio ingrato y voluble, desconfiado y sin memoria, a menudo
Torre de Babel de incesante y rastrero parloteo, para los que somos nada, para los que carecemos de contactos, son lo que nos queda, la ventanita a
través de la que podemos patalear un poco y derramar nuestras propias lágrimas
bajo la lluvia, que diría el otro.
Que, con todo escribir como sea y dónde sea, con la autoridad que da el
fracaso, que decía Scott Fitzgerald,
es la mejor forma que conozco de quererme un poco más, de redimir la
insignificancia de mi persona, de soportar mejor la grisura de mis días, y es
que cuando escribo, como decía el Quijote,
sé quién soy…
Y muchas gracias, Cristina,
por tu impulso. De verdad. Por escucharme todo este rato sin parpadear. Luz de
océano en tus ojos. Sólo por último me resta el corroborarte que cuentas al
mando de la producción de tu programa, con una gran gran persona, que es Marci Ortega.
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