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A menudo, sobre el cine, personas no
muy avisadas, que asocian PELICULÓN sólo
a MELODRAMÓN, menosprecian las
extraordinarias cualidades artísticas que se requieren en un autor para ser
capaz de levantar una gran comedia, acaso el más difícil y completo de los
géneros, como los sagrados nombres de Lubitsch,
Wilder o Hawks, por decirte tres, basten para demostrar. “Te pasas unas
risas”, así suelen aquellos ajusticiar incluso a las mejores. Por supuesto,
existen un humor zafio y facilón, y un
humor depurado e inteligente al alcance sólo de muy sabios orfebres, y es a
éste al que aquí nos referimos. Ningún género mejor que la gran comedia para
indagar y, poniéndolas en solfa, desentrañar, las patéticas contradicciones y
fragilidades sobre las que los humanos nos montamos supuestas y trascendentales
“identidades”, sean estas
individuales o colectivas.
Al grano ya: “Ocho apellidos
vascos”, divertidísima y torrencial película, me parece en muchos momentos
al nivel de las más grandes comedias clásicas, de las screwball americanas. La
gracia de las situaciones, la dosificación de los malentendidos, el diestro
manejo de los enredos, los aceradísimos y vertiginosos diálogos, la disparatada
intromisión de lo íntimo en lo público, con los viajeros de autobús a modo de
silencioso pero muy expresivo coro, es decir, las fuentes de la mejor y más
conseguida comicidad, por momentos desatada, brillan por todo lo alto, haciendo
de la peli toda una gozosa experiencia… que en segunda instancia mueve también
a reflexionar.
Resulta así decisivo el fabuloso arranque –vasca disfrazada de andaluza,
andaluz haciendo de vasco, inversión de identidades- en el que se dan de bruces los protagonistas enamorados,
por mor de las teóricas idiosincrasias colectivas tan distintos… y gracias al amor
que entre ellos al verse incontenible les brota, a la vez tan cercanos. Debe
partir el prota, desde su Aldea, en
busca de su enamorada hacia la opuesta Aldea, intrincado escenario en el que
habrán de sortear cuantas mutuas incomprensiones “globales” les salgan al paso.
Si las escenas –muy memorables muchas, la de los calabozos, los equívocos y
entuertos en el autobús, la de la herriko taberna, la manifa, las cenas a tres
y a cuatro, la confesión ante el cura- y
los diálogos, ingeniosísimos y
envenenados, que guionistas y director pergeñaron, eran a priori ya
excelentes, la chisporroteante interpretación de Dani Rovira, todo un recital a lo Hepburn en La fiera de mi niña,
conviértelos luego en inolvidables.
Se las apañan también director y guionistas para a veces ralentizar la
acción, y que la memoria de lo reído se asiente en el espectador, así como para
más que esbozar la sugestiva historia de esa difícil relación padre-hija, al
cabo recuperada. Nunca hasta ahora como aquí el entorno abertzale ha aparecido
retratado tan obtuso, bodoque y ridículo como es, con hilarantes momentos que
recuerdan al To be or not to be de Lubitsch, sin que por ello el otro
“lado”, reflejado por los amigos del novio, sea del todo ajeno a la mentecatez.
Magníficos Elejalde y Machi, que llenan cada plano con su
enorme actuar, y que proporcionan hondura y densidad a la obra. Espinoso y
problemático, eso sí, el personaje de Machi,
que sin aludir alude a un guardia civil posiblemente asesinado, sobre el que el
guión prefiere pasar de puntillas.
Lo que impide, a mi juicio, redondear como obra maestra a estos Ocho
apellidos vascos estriba en que, siendo una comedia romántica, de la que
dimana la idea esencial de que el amor
todo lo puede, no acabamos de ver del todo a los protagonistas “de verdad”
enamorados. Hubiéramos necesitado ver más expreso y “trabajado” en la pantalla
ese delicado “enamoramiento” de dos personajes tan distintos, a veces tan
empeñados en darse el uno al otro réplicas ocurrentes, propias de sit-com
televisiva, en auto-defensa de su “mundo”, que –pensamos- les falta bajar la
guardia, ceder las defensas y demostrarse con mínimos gestos el amor que se
profesan, que en efecto vencerá todas las distancias y que incluso, como sí
vemos, personalmente les transformará, pues del amoroso acercamiento salen
ambos diferentes, mezclados el uno y el otro, y más sabios, pues incluso
autoironizan al cabo sobre sus anteriores “preconceptos” mentales.
Ella decide al final regresar en busca del amado, presentársele como él
había soñado, para conseguirle… y a la postre arrastrarle a vivir en su aldea,
donde se suponen ya otros, -simbólico puente que en último fotograma cruzan-
felices, y comiendo perdices… y lo que a Elejalde
se le tercie.
Maravillosa película, pues, repleta del Buen Humor. La ausencia de
atentados etarras ahora, en el fuera de campo que nos da la realidad presente,
nos permite además –quizás eso explique su éxito arrollador entre el público-
poder disfrutarla desde su misma perspectiva superadora, -humor más amor-,
alejados por el momento de la angustia del drama, ay, tan real también.
4 comentarios:
En efecto, así interpreté la película.
Divertida, algun gag suelto facilón.
Los estupendos secundarios, en los que no sé porqué me fijo casi siempre, me encantaron.
Gracias, Paloma.
¿Cuál te pareció facilón?
Magnífica crítica José Antonio.
La vi, tenía unas ganas locas de verla desde que la promoción telecinquera nos bombardeaba desde la pantalla; algo me decía que tenía que estar bien divertida.
La sala llena, risa desde el principio.
Yo no buscaba un peliculón, pero las risas que me provocó la película bien merecieron los euros que pagué por ella.
La he recomendado a quien quisiera reírse en el cine y hay quien ha discutido conmigo por esperar más de la cinta, "está sobrevalorada, es un ramillete de chistes sin más" me decían.
He entendido entonces que mucha gente no se alegra de que el cine español triunfe cuando no se trata el monotema "república-guerra civil-postguerra". Gente que sólo entiende que una película es buena si rezuma tristeza, dolor y muerte. Creen que un peliculón sólo lo es si aburre a las piedras y harta por monotemática.
A mí me gusta el cine español, y me alegro de sus éxitos, pero mucho más cuando se tratan temas diferentes, me gustó "Celda 211", "Los otros", "El orfanato", "Tesis", "Grupo 7",... y por supuesto "Ocho apellidos vascos". Me parecen magníficas, y una prueba de que en nuestro cine hay mucho talento que se desaprovecha cuando se empeña en "el monotema".
Saludos José Antonio.
-Hola, Elena, pues coincido en esencia contigo. Muchas gracias por tu estupenda y personal aportación. Saludos
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