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sábado, 31 de mayo de 2014

¡500.000! Mas, pero, sin embargo...

     



   El miércoles pasado, según las estadísticas que te proporciona San Blogger, suponiendo que las mismas encierren verdad, este mísero blog alcanzó la para mí fabulosa cifra de 500.000 visitas al mismo. Me dije, osti tú, pues ya no es tan mísero este blog entonces.
     
   No sé: llevo tres años, ocho meses y veintidós días dale que te pego al mecanismo del mismo y… ando hecho un lío. Soy atribulado: sé que mi blog se lee, y que, muy poco a poco, en parte por ser uno nada, en parte porque es muy ardua empresa hoy para quien carece de un Nombre, voy conformando alrededor del mismo un grupo leal de virtuales amigos que siguen a diario lo que aquí se escribe. Eso, sobre todo para un anónimo escribidor como el muá, es algo impagable.
   
   Me gustaría que fuese mi blog para cada uno de ellos como la discreta hoguera a la que acercas un rato las manos en invierno, o como ese pequeño manantial en el que uno se refresca un poco la cara durante el estío.
    
   El blog va, lo noto, lo sé. Se lee el blog, sí. ¿Se valora? Ése es ya otro cantar, mon amí. Se asocia fatalmente el Internet a lo gratuito, claro. Dispuse hace año y medio ya en el blog un termómetro que me permitiera conocer la medida de esa afición que puede despertar este blog. Pedí, desde la misma portada, que en agradecimiento al mismo los lectores me solicitaran lo mejor que tengo, mi libro LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS, un trozo vivo de mí. Aunque mantengo en todo lo alto el récord mundial del pero-qué-bien-escribes-tío, aunque ha habido un puñado de personas maravillosas que sí me han respondido, la verdad es que ese emplazamiento mío me ha devuelto, dieciocho meses después, muy desalentadores resultados. Fracaso en todo lo alto también.
   
   Con que sólo un tercio, fíjate lo que te digo, con que sólo una tercera parte de las personas que en un solo día pasan por mi blog me hubiera pedido mi libro, habría alcanzado yo mi discretísimo objetivo, del que pero que muy lejos me encuentro. Más te digo: con que sólo las personas que verbalmente me han asegurado que me lo pedirían lo hubieran hecho, me hubiera valido. Pido quince euros por un libro que estoy seguro vale mucho más, y cuyo envío por correo certificado me cuesta cinco, a quienes con frecuencia leen mi blog. ¿Es eso mucho pedir?

   
   ¿Y qué puede el escribidor sin nombre y sin contactos hacer, excepto, con no poca vergüenza,  dolerse de este chasco y seguir confiando en que al cabo se reconozca el valor de su escritura y de su trabajo diario? En fin, que 500.000 ya, lector.

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