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martes, 19 de agosto de 2014

Himno a la Sandía


   Si buscamos, fiel lector, en una cosa sola la Apoteosis del verano, la culminación del Estío, la consumación de este tiempo impetuoso, entonces hemos de mirarle cara a cara a una sandía. El más acabado de sus frutos y a la vez el más precioso de sus alivios, tan sólo una sandía de dulce agua. Si en uno anidara una brizna  del don de la música, ese lenguaje superior, sin dudarlo le compondría un himno a la sandía. También a esa gitanilla con ojos de charol relimpios que en la furgoneta ambulante de su padre me la dio a probar una mañana de la estación ardiente en la plaza de mi pueblo. Intentemos al menos un pobre remedo de ese himno, con sólo palabras hecho.
      
     Crecida y generosa de hechuras, pone de entrada ya la sandía su  estampa de fruto colosal y esférico, el propio de un estado de buena esperanza con inminencias de cumplirse. Se ha formado en el interior nutricio de la tierra, apenas sin dejarse ver hasta su estallido final, y viene a nosotros cubierta de polvo, como un último chal que la tierra le prestara en el adiós. La limpiamos luego entre las manos, al tiempo que la sopesamos, y la humilde sandía se deja cachetear, tan confiada. Nos intriga ya ese verde tan profundo, ese verde abisal tan terso que ahora luce, como si del mismo fondo del mar oscuro viniese, con sólo un ramalazo de luz amarillenta a un costado. Queremos saber lo que la sandía lleva consigo, claro.
     
      Y cuando al fin la abrimos, cuando entramos en su corazón, con ese crujido seco suyo como un movimiento de tierras, con ese dolor del parto como una inútil protesta, dios mío, es como si avistáramos de pronto la arista enorme de un rubí arrebatado, tal es el brillo de las sandías mejor cuajadas. Casi hemos de cerrar un poco los ojos a tanta luz líquida del color de la púrpura. Tiene algo la sandía, su súbito grito de luz roja en la penumbra, de adolescente al que se le hubiera de golpe subido el rubor a la cara al ser sorprendido en un apuro. Brillan entonces, en ese firmamento encendido en color escarlata que chorrea, sus pepitas negras, estrellas oscuras ahí, que relumbran como si de un inaudito oro negro fueran, y apetece, pese a que nada son, pasárnoslas una a una por la punta de la lengua.
     
      Si con destreza sacamos entonces de la redonda sandía no menos de doce magníficas medias lunas purpuradas, dime, lector, cómo evitar, si el calor aprieta, si su soberbia figura tamaña turbación nos procura, si es tan cercana su promesa de frescura, cómo evitar, por qué y para qué evitar tener esa carne y esa pulpa entre los labios, tan tierna que anega de un agua carmesí  nuestra boca, hasta resbalarnos barbilla abajo.
     
   Bendición y maravilla, pues, de la sandía, de su íntimo agua tan exquisito, en el clímax de su sazón en el corazón del Verano, revelación gloriosa y dulce remedio a la vez del mismo. Ah, aquella gitanilla que de la mano un día me la dio a probar, iniciándome ya en su misterio, “¿a que sabe dulce?”, me dijo medio riéndose. Y uno, medio atontolinado por la leyenda del mal de ojo, que sólo acertó entonces a contestarle, como si le devolviera una maldición, “y tú más”.



LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS
(Resumen de la obra en post del 27-1-2013 y 1-2-2013)
154 pgs, formato de 210x150 mm, cubiertas a color brillo, con solapas. Precio del libro: 15 Euros. Gastos de envío por correo certificado incluidos en España. Los interesados en adquirirlo escribidme por favor ajosemp1961@yahoo.es
“No soy nada, no quiero ser nada, pero conmigo van todas las ilusiones del mundo” (Pessoa)


4 comentarios:

César dijo...


Preparo unos gazpachos de sandía que tengo sorprendida a toda la familia!

¿y esas vacaciones..?

José Antonio del Pozo dijo...

¡Le creo!
¿Vacaciones? Nada, castigado, por no hacer bien los deberes. Aquí, leyendo y escribiendo, q es lo q me gusta. Y esperando el maná, claro.
Saludos

Anónimo dijo...

Pues te pierdes la vida

José Antonio del Pozo dijo...

¿Y por qué piensa Usted, señor Anónimo, eso?