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miércoles, 25 de febrero de 2015

Carnaval de Odio

    


   Es más que conocido el ancestral carácter transgresor que los carnavales consigo portaban, de cómo a través de la burlesca expresión de lo reprimido, de la impúdica exhibición de las pulsiones básicas secretamente codiciadas, el orden moral establecido veíase durante ese tiempo suspendido. Tradicionalmente, el dar ocasión a manifestarse y desahogarse  esas tendencias asociales, al verse las mismas canalizadas en un muy breve período de tiempo y señaladas por límites infranqueables, hacía de los carnavales a la postre algo inofensivo si no benéfico para el orden superior de la convivencia.
    
   Si ya Larra en el XIX estableciera que “todo el año es carnaval, qué no habríamos de decir de las sociedades actuales, dominadas de cabo a rabo por el hedonismo y la continua espectacularización de cada una de sus gritonas manifestaciones. Si a ello añadimos la okupación institucional de estos fiestorros, por los ayuntamientos organizados y subvencionados, convendremos en que la sustancia de los carnavales modernos poco de lo antiguo mantiene, y sí mucho de la manipulación política de sus mentores, y de la exteriorización de sus reales designios. Territorio sembrado este, claro está, para el incansable activismo ideológico de izquierdistas y nacionalistas, digamos ya que auténtico Oasis cuando ambas categorías se funden y confunden en los nacionalistas-izquierdistas. Así este año en Solsona, Lérida, bajo el mando de ERC.
    
   Si en los antiguos carnavales la exhibición de lo reprimido guardaba al menos un disfraz, es por contra ahora descarado el descarnado cinismo con que se expone y difunde la genuina pedagogía del odio en la que lleva muchos años (glosábamos hace poco aquí el fusilamiento simbólico de un edil popular en Cataluña) el separatismo sometiendo a inmersión a la sociedad bajo su mando. Si los antiguos carnavales giraban en torno sobre todo a la subversión de los tabús morales y sexuales, anótese la cristalina politización de lo que ahora se pretende. Y en qué desoladores e imperativos términos: ¡Ven a MATAR ESPAÑOLES!
   
   Nunca más transparente que ahora la brutalidad de la oficiosa convocatoria: esos carteles al gusto de los psicópatas, esa grosera retransmisión en la televisión local, en fin, esas diáfanas apelaciones al Odio en sus comentaristas: “una bandera de las Españas, son terroristas… a ver si nos cargamos a los españoles… o lo arreglamos así a tiros o no lo conseguiremos… voy a repartir unas garrotadas a algún español que me encuentre…”, por poner aquí sólo algunas de esas perlas.
      
  Y es que para estos pertinaces sembradores del Odio todo el Año es sembrar y sembrar, y volver a sembrar y sembrar y volver a sembrar. Así nos dejan para la Historia este abominable cartel, que ni los de las peores guerras son tan explícitos.

   


 Esto escribió Magda Bastida sobre mi libro, LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS:
Armando es una especie de niño grande, así lo he visto yo todo el tiempo al menos, sobre todo porque dentro de sus cuarenta años y de la devastación emocional que le acompaña tras el abandono de su mujer siempre parece acompañarle un halo de ilusión y esperanza, como un niño, conforme leía casi parecía que podía ver sus ojos brillantes, esperanzados ante algo nuevo, y solo podía sonreír e incluso emocionarme en algunos momentos ante el arrebato de ternura, defensa y protección que Armando despertaba en mí.
Estoy segura de que si os animáis a leer este libro todos podréis disfrutar de Armando y que muchas de sus historias os recordaran vivencias o momentos en los que os habéis sentido igual, seáis o no como el. Porque al fin y al cabo leer este libro es como ver la vida a través de palabras impresas en blanco y negro.
Gracias, Magda

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