Con este van ya mil quinientos un textos míos a los
vientos de este blog lanzados, de muy distinta naturaleza además, pues este
trovador todos los palos frecuenta (relato, artículo, crítica, poesía), aunque
cada uno de ellos con una común y alta autoexigencia adobados, mil quinientos
uno, detrás uno de otro, unos seis mil folios, que se dicen pronto, mi
particular Decameron, día tras día, mes sobre mes, año con año, que pronto
un lustro de la botadura de este blog, que es globo de ilusión, hará.
Quiero celebrar este 1501
contigo, buena amiga, buen amigo, puñado de nobles personas que me cumplisteis la
merced que aquí yo ruego: que a cambio de cuanto yo gratis
et amore a diario te doy, me pidas tú LAS
HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS, que es lo mejor que tengo y puedo por el
momento darte. Poco a poco, sí, mis Historias,
mi Bobo, van abriéndose así camino
entre los corazones de las generosas personas que me aprecian e impulsan.
¡Y qué alegría y qué aliento más incalculables cuando recibes y paladeas
la preciosa carta que uno de estos amigos virtuales, a quien de nada conoces, a
quien nunca jamás viste, me envió, en la que brillan magníficamente expuestas
justo las palabras que uno anhela oír. ¡Gracias, mon ami! Estas que siguen:
Estimado José Antonio:
Soy seguidor de sus textos y admirador de su prosa y estoy interesado en
adquirir dos ejemplares de su libro “Historias de un bobo con ínfulas”.
Me gustaría, si es tan amable, que me dedicase ambos ejemplares, uno para
mi amigo A. F. R. y otro para mí.
Estimado José Antonio,
No me dé las gracias, en todo
caso debo dárselas yo a Ud., 25 € no son
nada comparados con la satisfacción y el deleite que me proporcionan la lectura
de sus textos.
Un afectuoso saludo.
Alejandro C R
De las fatigas, de la incomprensión, del
desánimo, de las falsas palabras de supuestos admiradores, de lo que cuesta cuando no tienes Nombre ni Contactos uno
a uno ir dando luz a los ejemplares de tu libro, aun así dentro unos números
extremadamente ridículos, de todo eso sé mucho yo, y tanto, que a veces me pregunto por qué y para qué
seguir con la tabarra. Sólo el afecto demostrado de los que sí han creído en lo que hago, sólo el
férreo convencimiento de que mi obra vale, sólo la lectura de Kafka, de Pessoa, de Bécquer,
sostienen mi pobre vuelo. Así es.
Qué
le queda entonces al escritor sin Nombre ni Contactos salvo insistir e insistir
-resistir y resistir- en las redes sociales, que son lo único con que cuenta,
en los amigos que las mismas le procuran, aun a riesgo de ser incomprendido y
de resultar pesado, qué le queda salvo perseverar esperanzado y confiar en que
poco a poco quienes aprecian y valoran
su afán le soliciten, y lean y regalen su libro, el fruto de sus más inspirados
desvelos, de cuanto tiene lo mejor que pudiera jamás darles.
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