(Quedan 3 para el Día del Libro. El mío es LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS. Puede ser el tuyo también)
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Mi voz, en COPE, entrevistado por Cristina López Schlichting, sobre el porqué y el para qué de mi libro, cinco minutos
Y bueno, ahí los tenemos, uno frente
al otro, cuando está todo lo bueno a punto de culminar entre ellos.
Recreémosles en la magnífica escena del
beso, participemos así un poco con ellos. Suena en la radio un lentísimo soul, me parece. Llega ella, ataviada con
el vestido que para ese momento horas antes compró. Se detiene a distancia, de
pronto insegura, ama de casa, mamá y cuarentona al cabo ante él, aunque
veterano, apuesto metrosexual, como pasando el duro examen. Se vuelve él y
avanza un poco hacia ella, demudado también, mientras ella contiene la
respiración, sin parpadear. “Estás
maravillosa, si no te importa que te lo diga”. Ah, cómo respira entonces
ella y esboza la sonrisa. “Tan
maravillosa que cualquier hombre correría huyendo de alegría”, medio
sonámbulo dice él, ¿huyendo? Hum, mira a la derecha, se muerde el labio de
contento ella. Se pone de nuevo muy seria y avanza ya decidida hacia él… Timbra
y retimbra el teléfono entonces, rompiéndoles el soñado clima. Qué hacer. Qué
bien transparenta ella ahí su turbación, su contrariedad, su zozobra. “Familia Johnson”, como es habitual
contesta, con brusquedad devuelta a la gris realidad. Le llama una vecina… ¡para
cotillear sobre él!, pues lo han visto moverse por el pueblo. Lo que quiere Meryl es, claro, abreviar, pero al otro
lado insisten en cotorrear, no la sueltan. Gestos de fastidio de Meryl. “Oh, sí, he oído hablar de él”, le dice a la otra, y es fantástico,
porque como él se ha sentado de espaldas a ella, con inaudita delicadeza justo
en ese momento que de él le hablan, empieza a colocarle bien el cuello de la
camisa. Le deja una mano sobre el hombro mientras sigue despachando la llamada.
Con un dedo maravilloso le acaricia el pelo. Pone él su mano encima de la de
ella, de espaldas a él, pues no puede aún cortar la llamada. Cuelga al fin.
Permanece ella un instante en escorzo contemplando las manos superpuestas. Se
mueve hacia él, se miran y sin soltarse
ya las manos… comienzan a bailar la envolvente canción de la radio.
Todo el momento del baile nos recuerda, claro, a aquel otro baile con Redford, en la apoteosis de su galanura
entonces este, de Memorias de África.
Han pasado diez años, y la Streep sigue
encantadora. Eastwood nos parece
aquí más hierático que nunca, poniendo la percha sólo, y nos parece también que
todo el gasto en la secuencia corre
de parte de ella, que, sin hablar, sólo con la mirada y con las manos alrededor
de él, -es digno de observarse varias veces el juego que a las manos da- colma
de sentimiento y ternura la secuencia. Hum, el emocionante titubeo de los cuerpos, el gozoso
temblor del deseo previo al beso, el dulce trabarse de los labios abrazados
luego, ese cuello de la camisa sobresaltado, el peinado perjudicado, hum, qué
bien hace todo eso la divina Meryl.
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