Pero es en las mañanas de los sábados
y domingos, muy temprano, con la calle blindada en esa radiante quietud que le
es entonces propia, cuando el Kieslowski de mi barrio despliega
con silencioso orgullo su manía, su emocionante impulso. Hay por aquí varios
estrepitosos bares de copas. Hace unas horas que las hordas se fueron, dejando una vez más el reguero de inmundicias
que acaso constituyan sólo la mugrienta estela de sus propias señas de identidad. Sale
entonces por su puerta arrastrando su descomunal zapatón Kieslowski, por lo demás muy
decentemente aseado y vestido. Otea un instante, con la pierna más corta un
poco doblada, el panorama de vertedero. Sabe que falta mucho para que los
basureros municipales acudan, y que a menudo, vaya usted a saber por qué, sólo
a medias hacen su tarea. Entonces, como asumiendo sobre sí una responsabilidad
ciudadana que nadie conocerá, nunca mejor dicho a trancas y barrancas, casi
penosamente, durante más de media hora a fondo se emplea en juntar y recoger
las decenas de botellas y botellines de cristal vacíos y a veces medio rotos, los
numerosos vasos, adminículos y bolsas de plástico que por doquier salpican de
suciedad la calle, y con tenaz empeño y envidiable perseverancia los arrastra y
deposita al fondo de la misma, cada cosa en el contenedor que le es propio. Me
parece que se marcha luego a tomarse un café al bar, a ver si puede cruzar un buenos días con alguien.
Veo entonces alejarse su figura contrahecha. Me digo: muchos sin
miramientos ni decoro ensucian y enguarronan la calle, y este hombre,
arrastrando un zapatón enorme, como de cómico averiado, temprano en la mañana
la limpia. Y me digo también, la vida imita al arte, que a su vez refleja y
ensalza la vida, Kieslowski, Kieslowski, eres un genio, tengo que
volver a ver una de tus pelis, pero ya. Y al Kieslowski de mi barrio aquí me lo traigo, a
contarle y a cantarle entre mis amigos del blog.
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