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martes, 12 de mayo de 2015

Una de demagogia: los que más tienen, los que menos tienen

    

   
   A ver quién es el guapo que se atreve hoy a cuestionar –tal es la fuerza imbatible de los dogmas un millón de veces por todos como loros aquí y allá repetidos- que la bondad y la justicia sumas de una Política consisten en redistribuir, es decir, en como sea quitarles bienes a los que más tienen para dárselos a quienes menos tienen.
   
   En el repiqueteado camino de ese eslogan, la persona, su mérito o demérito, su responsabilidad o irresponsabilidad, su libertad y autonomía moral, se vacían de sentido y de contenido en pro de esa idílica –buena, justa y santa- equiparación. Luego, salvo en los órdenes más extremos de la sociedad, o en casos de infortunio o enfermedad tremendos, vemos y comprobamos a nuestro alrededor que la realidad, su verdadera justicia y bondad, van por otro camino.
   
   Estamos hartos de conocer individuos que a mansalva derrochan y dilapidan bienes, talento y oportunidades a causa de su exclusiva irresponsabilidad y disipación, y de otros que con tenacidad e ingenio se esforzaron y se esfuerzan en mejorar –sin que nadie les regale nada- su suerte y la de los suyos, además lográndolo. Nos fascinan muchos casos de personas que a diario conocemos, con trabajos seguros y una existencia cómoda, que se pulen lo que no está en los escritos, que por ejemplo, han viajado hasta el quinto pino del mundo, con lo que no ahorran jamás un chavo, portadores además de esa visión izquierdista de la vida que consiste en, una vez que me lo fundí todo, ahora te exijo a ti, vil rata egoísta ahorradora, que me entregues el cincuenta por ciento de tus pertenencias. Siempre lo mejor es, claro, pegarse la vidorra, compadecerse luego un rato, en pose entre ternurista y redentorista, de los pobres inmigrantes hambrientos del Tercer Mundo y exigirle el reparto a la hormiguita laboriosa y ahorradora que renunció a los caprichos con que el indignado una y otra vez se autohomenajeó.
     
   Encima este vividor derrochón a lo divino progre se mece en una melopea de inmejorable autoconciencia –estoy entre los Buenos, entre las víctimas del Sistema, soy un soñador, un idealista solidario- mientras proyecta  sobre quien a pulso consiguió labrarse una vida mejor –a menudo consiguiendo que éste, sin saber bien por qué, se avergüence de sí mismo- la sombra de las peores connotaciones ideológicas hoy: un ser  egoísta, insolidario, explotador. ¡Cuántas veces no habremos escuchado la supina estolidez desdeñosa –hay casos y casos- sobre ser el más rico del cementerio!        

     
   Dictar que obtengan los mismos frutos todos, sin atender, entre otras circunstancias, a lo que cada uno puso de su parte en su empeño, podrá ser igualitarista, claro, pero que no se nos machaque con que es eso por decreto lo bueno y lo justo, cuando es a menudo precisamente lo perverso y lo clamorosamente injusto. Si la bondad y la justicia sumas de una política estriban en la sacrosanta y forzosa redistribución, quién va luego a estar interesado en arriesgar, en prosperar, en trabajar más y mejor, en crear riqueza, en definitiva, en reclamar el derecho a hacer con su vida lo que su voluntad decida. El Estado, la voluntad general, lo que repartirá entonces será miseria. Y todos tan a gustito, tan a gustito estaremos, sí.


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