Para anunciarse en sociedad, una conservera dedicada a la amorosa
elaboración de mermeladas y vegetales ha elegido como aparatoso eslogan aquesta
leyenda: “Siente el sabor de un buen potorro en tu boca”. Y también: “Saborea
un buen potorro”. Pues inmediatamente se ha convertido la marca
conservera en un fenómeno viral en
las redes sociales. Nos sirve, por supuesto, el multitudinario éxito del recurso al potorro (esa directísima
apelación al mundo porno) como
clamorosa y jugosa demostración, una prueba más, del reflejo de los
valores y de los reflejos dominantes en esta época malhadada, que aquí
caracterizamos tiempo ha como el Reinado de la Mugre, producto de
la simbiosis entre la Telebasura entronizada en las principales pantallas más
el anonimato y la instintiva instantaneidad que las redes sociales procuran. Es este bajuno y viral logo toda una llamada en regla al homo
gañanis, genuino prototipo de esta era basurera, encantado por lo demás
de conocerse y de revolcarse en su inmundicia. El malestar de la cultura, desde luego, y la burricie de la
molicie, oh, yeah.
Me
preguntaban ayer, “bueno, vale, ¿pero tu libro de qué va?”. Me hubiera gustado
contestar lo de Woody Allen a propósito de “Guerra y Paz”: “Va de Rusia”.
Decirle yo: “Va de las ilusiones”.
Pero al escritor sin Nombre ni Contactos, esos lujos le están vedados. Tuve entonces que pensarlo.
Mi libro cuenta la historia de un cuarentón
al que su mujer, que ha encontrado otro más alto, más fuerte y más guapo que
él, le señala la puerta de salida de casa. Descubre entonces de golpe su
minusvalía emocional: un paria en la tierra de los afectos. De cuanto le ocurre
después, cuando ha de salir al mundo, que le es ancho y ajeno, para superar su
zozobra, para engañar a su desconcierto. De lo duro que se le hace ese
aprendizaje elemental de la supervivencia afectiva. De cómo hallará en la
propia escritura, y en los humorísticos y sentimentales encuentros y
desencuentros de la realidad, a trancas y barrancas, la brújula que le permita
hallar al cabo su lugar al sol, una
imagen aceptable de sí mismo, y levantar así el muro de la obturación interna
que le impide ver la belleza y el propio absurdo del mundo y de la vida, que es
lo único que tenemos. De eso, de esas ínfulas buenas trata mi libro.
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