Quiérase admitir o no, el caso de
los títeres así lo demuestra, los podemitas
cuentan -además de con un feroz ejército internáutico en la sombra que,
para crear así opinión,
incansablemente rebota y rebota los más ramplones tópicos suyos- con una división de creadores y artistas propios
a quienes, desde las instituciones que dominan, pero también desde el consumo
cultural de sus propias bases sociales, apoyan e impulsan en sus obras. Se cierra así un círculo
perfecto, que crea un creciente tejido social propio, continuamente cohesionado
y realimentado sobre la circulación de las creaciones
intelectuales (guiñoles, libros, pelis, músicas, cortos, documentales,
artículos) propias.
Otro tanto puede decirse en el caso de los socialistas, como los casos de la Ceja, los Goya, los mil y un abajofirmantes testimonian. Igual
puede afirmarse sobre los nacionalistas.
¿Serían posibles unos tiriteros
liberal-conservadores? Hoy, no. Los líderes políticos de la Derecha, pero
también sus bases sociales, no aprecian
el valor de la cultura, no tienen integrada esa práctica de admiración y
consumo de productos culturales, ni siquiera aunque reflejen los valores que
les son propios, entre sus pautas vivenciales. A lo más que aspiran es a
conseguir el perdón del mester de
progresía reinante. ¡Gallardón entregó la cultura a la muy progre niña de la Espert! Como mucho
podrían los populares alimentar unos
creadores y unos titiriteros absolutamente ñoños
y neutrales, anacrónicos, apolíticos, incoloros, inodoros e insípidos, sin
mordiente alguna ante la ciudadanía, sin la impronta necesaria, por tanto, para
desempeñar las decisivas funciones
simbólicas que antes señalábamos para conformar una comunidad vivencial
integrada y sólida que dispute, ante indecisos y apolíticos, la hegemonía
ideológica… a los otros.
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