Había quedado a comer con tres
antiguos compañeros de la Facultad de Periodismo en la madrileña Plaza de los Cubos. Buenos compañeros. Nos vemos una
vez cada tres años, más o menos. Más de tres décadas ya de aquello, mamma mía, la de agua, turbulenta y de
la otra, que no habrá pasado bajo los puentes. En los Cubos la mañana era
desapacible y friucha, del color del acero, y en estas calendas qué queremos.
Las hojas resecas y amarillentas esparcidas por aquí y por allá, azotadas al
capricho de un viento áspero. Llegaron. Chocamos la pala. Hum, las gloriosas
cabelleras que un día todos ondeáramos, por qué despeñaderos el Tiempo tirano
las habrá arrojado. Ah, aquellos rostros de briosos héroes cinematográficos, dónde,
esa carcoma aviesa que a hurtadillas nos va estropiciando el porte, c´est la
vie.
Los gigantescos dados de metal de la Plaza, en airosa cabriola de
equilibrio unos sobre los otros, como suspendidos en el aire modernista, permanecían
intactos, casi ajenos al Tiempo, acaso contemplando ellos nuestro azoramiento desde la rara armonía de sus aristas
perfectas. Les había hablado yo antes vía
redes de mi libro de diez euros, claro. Trabajan para la Administración. De
los tres, a última hora, por motivos de garganta, Manuel no pudo acudir. Que para primavera, les había dejado dicho.
Vale. Arturo me dijo que él ahora no
leía libros, que más adelante veríamos. Vale también. Floren me dijo, “Jose Antonio, yo sé que tú escribes muy
bien, estoy deseando leerlo, va a ser mi regalo de Reyes”. ¡Bien! Así es la
vida, sí, qué bien lo sintetizaba el arte eterno en aquella Plaza, una tirada
de dados desiguales desde las alturas, a veces una buena jugada, una trufa
otras.
Bueno, nos fuimos a zampotear el menú del día de una posta alemana que
hay por aquellos bajos. Comimos lentejas y bonito a la plancha entre vasos de
vino macarra. Bebimos café. Parloteamos
como descosidos. Los camareros venían cada dos por tres a ojearnos, porque
hablábamos tanto que no terminábamos nunca los platos. Ni siquiera nos
percatábamos de sus ceños fruncidos. Ostras, que cuando miramos alrededor las
mesas estaban todas vacías y los camaretas
nos esperaban con los brazos cruzados, golpeteando el suelo con la puntera del
zapato. Pasamos un rato muy estupendo, la verdad. Rememoramos nuestras hazañas bélicas, claro, pero nos pusimos
también al corriente de nuestras respectivas existencias: separaciones, hijos,
pádel, ilusiones, problemas, dolores, actualidades… la vie en gris, of course. Rehilvanamos así flamantes, los hilos
que anudan nuestra amistad, eso es. Eso es mucho, de verdad. Entonces... CONTINUARÁ MAÑANA
Marzo y su
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