Cuando niños, la novedad de los toboganes, ¿te acuerdas? Fueron nuestros
particulares Aceleradores de Tiempo.
Casi como astronautas subíamos al principio la escalerita, asentábamos las
posaderas contra el metal y ¡hala!, nos
lanzábamos por ellos a grito vivo, con cara de velocidad y alegría triunfal ante
la trepidación del barrio y de la misma vida que los toboganes nos procuraban.
Por un instante aterrizábamos por lo menos en la Luna. Y es que, como éramos
infantes, poco más que partículas animadas aún a medias de hacer, y teníamos
ansias de aventuras, el Tiempo nos parecía que no pasaba. Se nos hacían eternos
los años, gigantescas montañas inamovibles. Una hora de siesta obligada, que no
dormíamos, se nos hacía una semana entera detenida, qué tortura. Un verano
duraba un siglo, más que una playa infinita. Sólo durante el brevísimo rapto de
la caída por el tobogán parecían pasarnos cosas deprisa deprisa. Luego de mocetes ya, cuando abrieron el Parque de
Atracciones, la montaña rusa, su estrépito
de monstruo de Alta Velocidad, que nos inflamó de vértigo semi-suicida la
existencia. Rimaba bien la montaña rusa con nuestra íntima avidez de
experiencias convulsas, por más que, chicos modosos nosotros, nunca hacíamos
nada, excepto imaginar, y por eso el Tiempo, ay, no pasaba. Estudias, trabajas,
trabajas y estudias luego, mas los años siguen pareciéndote una inacabable
cuesta arriba, qué lentitud de todo. Pero, ay, majo/a, en estas que cumples los CINCUENTA, y al día siguiente del
fiestorro, es la Vida misma la que,
como si te despeñaras de golpe, por el cuello te arroja ya a un tobogán
desbocado, en el que pasa ya todo tan rápido, en un lote inclemente y
supersónico de navidades-rebajas-enamorados-fallas-rocío-vacaciones-playa-vendimia-colegios-hojas
amarillentas-zas-navidades de nuevo-y-vuelta a empezar, como en esas secuencias
aceleradísimas que se ven ahora en pelis y documentales hiperrealistas, y ya es, maldición, que con cara de espanto
te lleva a rastras el Tiempo, el
Tiempo hecho riada, agua entre los dedos,
a una despiadada velocidad infernal…
hasta dar con el río de tu vida en la mar, que es… eso que no conviene ahora
decir, el final del último tobogán.
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