Es como si la más ordinary
people, los homo gañanis que decimos aquí, se empeñaran día tras
día en protagonizar y llevar a la realidad hiperreal de las pantallitas los
peores pasotes ideados por
las cabezas especuladoras de los escritores y cineastas más transgresores, tan
admirados en general. Esta vez una joven,
19 viles abriles (elpaís.es 3-4-2018), que agarra un gato y lo mete y lo encierra
en el bombo de una lavadora. (¿Te acuerdas? Decíamos ayer (29-4-2018) que la vida
parece ahora el centrifugado de una lavadora histerizada presta a explotar…) Uff,
para un gato ya el verse ahí encerrado. Va la tía y le ejecuta entonces un
primer lavado, a resultas del cual parece que el animal aún sobrevive. Con
lenguaje de burdel añadido a la gesta, es decir, con el habla que oímos en
teles, cines, redes y calles a todas horas, se ve que no contenta, va la tía y le
arrea un segundo y definitivo lavado, con jabón esta vez. Se observa luego, a
través del tambor, la penosa agonía del gato. La moraleja entonces de la
“prota” a su solución final: “Ha muerto, sí, el gato de la mala suerte”. Se deduce que culpa al animal de algo chungo
que le ha pasado: ese “pensar” supersticioso, tribal, tan en boga hoy. Si conocemos
el caso es porque la muy bruta se ha ocupado en “subir” su hazaña al Internet. Alguna crítica así le
llega, claro. “Próxima víctima. No queréis que mate gatos. Pues ahora perros”,
entonces sentencia.
Ese crudo sadismo gratuito y cruel, sí, pero también esa tenebrosa
hiper-pulsión narcisista que lleva ahora a los malotes a recrearse
haciendo públicas y notorias sus más siniestras fechorías. Antes el Mal –hablo del perpetrado por
individuos privados- era algo que unos tipejos contrahechos hacían a
hurtadillas, en silencio, a oscuras y
borrando las pruebas, sin dejar de reflejar con ello cierta mala conciencia.
Ahora, aportación histórica de las Sociedades
de la Telebasura, el Mal lo ejecutan a diario tíos y tías majísimos, a
plena luz del día y de las cámaras, con gañana elocuencia en el trance
adornados y por todo lo alto publicándolo, “en modo” aspirantes a celebrities
cibernéticas, tan campantes, con tan buenísima conciencia encima. Observemos de
paso la “reacción social”, en medios
y en redes, a este tétrico suceso y saquemos las pertinentes conclusiones, no
sé si me entiendes.
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