La creciente juridificación –la sumisión a
cláusulas contractuales escritas y pre-determinadas- de la totalidad de los
comportamientos, incluso en los dominios más íntimos e intransferibles de las
personas, si bien salvaguarda derechos, también amenaza la espontaneidad, la
naturalidad, la ingenuidad, la improvisación, la frescura que hasta ahora
podían caracterizar el humano desenvolverse. Diríase que necesitaremos pronto
un abogado on line continuamente. Así, las relaciones entre hombres y
mujeres atraviesan ahora tal cúmulo de pantanosos malentendidos que, en el
contexto de las numerosas demandas por causa de acosos sexuales, de la propia
crisis de la pareja y sus respectivos roles también, comienza a ser frecuente
en ciudades como Nueva York o Los Ángeles –en tantos usos pioneras- que
cuando un hombre, o una mujer, acaso a lo tonto empiezan a rascarse hasta de
pronto hallarse en situación de frenesí libidinal con su respectiva pareja -o
trío, o docena, si así va ese día la cosa-, tanto, que desean pasar a mayores,
es decir, a tener sexo coital, oral o anal y tal y tal, para evitar
reclamaciones posteriores, justo en ese instante se detenga y allí descargue
del móvil y les haga rubricar un CONTRATO que muestre su indubitable
asentimiento a lo que viene. Viene a ser en realidad esta práctica –como
tantas veces en la Historia ocurre- una extensión de una costumbre o
prerrogativa adquirida antes entre las capas más elitistas de la sociedad: así
las Mujeres Poderosas en USA (Jennifer
López, Madonna, Mariah Carey…), quienes, hartas del chuleo marichulo de sus respectivos partenaires, exigieron en sus Capitulaciones
Matrimoniales implacables y detalladísimas condiciones a su favor que
regulaban con pelos y señales –nunca mejor dicho- los días y la forma y
frecuencia exacta de las relaciones sexuales, la penalización monetaria en caso
de infidelidad, en fin, todas y cada una de las eventualidades plausibles
durante el ejercicio del fornicio. Igual que hacemos en cada trabajo o negocio,
antes de proceder a estos otros gozosos trabajos de
lomos y caderas, que decía Cervantes,
habrá que firmar un contrato. Hacer
el amor, entonces, pasará de ser una más o menos súbita y lírica explosión del
temblor y del deseo mutuos, a consistir,
cada vez, en el cálculo premeditado y
expresado en un contrato… precario,
naturalmente.
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