Interpretamos lo que leemos durante
las horas diurnas al hilo del tumulto y de las prisas propias del día, según el
criterio que nos dicta la recta Razón, la instancia propia de las Luces como
tantas veces se ha dicho. Esas lecturas mañaneras aparecen cribadas, por así
decirlo, por las severas instancias fiscalizadoras de un criterio que se atiene
sobre todo a los cánones del frío raciocinio. ¿No hablamos acaso de “un sol de
Justicia”, asociando así la extrema claridad con la más impersonal ecuanimidad?
Nos entran los textos diurnos entonces por la aduana de un frío tribunal que
sólo se atuviera a abstractas consideraciones. Emitimos sobre ellos un
distanciado veredicto. Sin embargo sobreviene el atardecer, llega con él la
hora bruja y notamos un como nuestras irrevocables afirmaciones diurnas
comienzan un poco a difuminarse. Qué decir entonces con el caer de la Noche, y
con el extenderse junto a ella el sortilegio que su diferente latido pone en
oleaje dentro de… ¿nuestras entendederas?, mejor sería decir de nuestras
sensibleras, de no estar este vocablo tan peyorativamente cargado. Y cómo
referirse ya a cuanto nos sobreviene por dentro al compás de las muy
enigmáticas Noches de verano, tachonadas por miles de estrellas en lo alto, que
gravitan y nos hacen gravitar a la vez al antojo mágico de millones de
constelaciones que en las noches de estío con su chisporroteante arcano nos
arrastran. Tiene sin duda la Noche otro tempo, otra cadencia, otra trama. Por
eso, bienaventurados los textos que pasaron el áspero fielato diurno y fueron
reservados a la instancia segunda y definitiva de la Noche. Porque entonces,
cuanto leemos en la Noche sosegada nos penetra a través de los cauces
desbordados del sentimiento y de lo volitivo, por encima del ventanuco de la gélida
y escueta reflexión. Frótase el Poeta las manos, pues son ahora las palabras,
más que grises medios, fines en sí mismos, más que vocablos, frutas que
mordisquear, flores que aspirar, cachorrillos que acariciar, brisa balsámica.
Es sobre todo que las palabras bajo el influjo secreto de la Noche estival se
hacen música embriagadora y por lo mismo cobran vida más intensa y más se
adentran en los confines del alma que de verdad estremecen al lector, para allí
por mucho más tiempo quedarse a vivir. Los textos nocturnos de alguna forma nos
poseen.
Soy ESCRITOR. VALORA mi trabajo, solicitándome mi libro..
111 ROSAS o EL LIBRO DE LAS AGRIDULZURAS. 301 pgs. 12 euros.
ARGUMENTO
Un cincuentón, un poco a la deriva en el nuevo orden amoroso, buscando su lugar al sol: Ironía siempre, belleza y caos, ilusiones y ternura, risas y lágrimas, amores y traiciones... la VIDA a chorros, my friend.
CONTRA-REEMBOLSO, 15 E
A la dirección (PUEDE SER TAMBIÉN la del trabajo, o la de un establecimiento público que conozcas, una OFICINA DE CORREOS, por ejemplo) de España que desees. PÍDEMELO aquí, o en mi correo: josemp1961@yahoo.es
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