Es que les retrataban sus palabras. El exitoso Comunicador hablaba en antena acerca de algún Premio que acababan, por sus artículos, de concederle, con otro colega, también en el mismo tenderete galardonado. Decía el Primero, todo ufano y castizo, “la verdad, macho, es que el que pidas un taxi en Barcelona, y que el taxista te diga, oiga, Usted escribe en La Vanguardia, eso mola un huevo, te das cuenta entonces de lo que supone esto… “, esto es, cifrando en el brillo de ser una celebridad el principal disfrute de su labor escritora. A lo que el otro, mucho menos Comunicador, sin reprocharle nada frontalmente pero desmintiéndole de plano de forma implícita, sin fingimiento ni énfasis alguno le dijo entonces, “bueno, cuando yo sobre todo disfruto con mi trabajo es en el momento mismo de su elaboración, cuando la inspiración me alcanza y logro decir con precisión lo que pretendía”, o sea, es en el íntimo y feliz desenvolvimiento del arte de la escritura cuando me siento feliz. Voilá, el arribista y el creador.
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