He empezado a leer, aparte de las Ejemplares de Cervantes, la novela, en prestigiosa Editorial puesta, de uno de nuestros más afamados escritores. Llevo unas cien páginas leídas, en las que el personaje, que es el central y que trabaja en un almacén, sin acción apenas, en un tono abstracto, sentencioso, intelectual, pontifica y derrocha pareceres y adjetivos sobre lo divino y lo humano. A ver, no es que diga que esté mal. Sólo digo que si algo así, tan en las antípodas de la preceptiva que marcan los “enteradillos”, lo hace un escritor sin Nombre, yo mismo, ese manuscrito va, entre exabruptos de superioridad y asquito, a la trituradora de papel ipso facto y sin la más mínima duda. Moraleja: ha de ser todo un pasote ponerte con una novela ya contratada, con el suculento adelanto en la buchaca, y, porque yo lo valgo, hacerla como te salga del trigémino… con las disparatadas loas de los mejores críticos para la contraportada ya amachambradas. Vivir para leer. Siempre hubo clases, claro es.
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