En la Academia de Cine matritense ponen ahora una exposición sobre Marisol/Pepa Flores, que así son los nombres según las edades de esta mujer impar. Es sólo una preciosa colección de fotografías suyas, más que suficientes para agrandar el resplandor de su enigma. Se podría sólo con ellas escribir un tratado sobre la Belleza y sus distintos grados y estados, pues la mujer los reunía todos: una belleza angelical en el principio, una belleza “lolita” después, insinuante y de Musa existencial luego, turbadora y sensual más tarde, rotunda y madura después, misteriosa siempre. Y como a compás, el vuelo y el velo de su mirar: radiante primero, pujante, vibrante, poco a poco ganado/perdido por la seriedad, por cierta tristeza, por una extraña melancolía. Esas mismas que le llevaron un día a desaparecer por completo ante el público, como una Greta Garbo nuestra con tanto garbo y más luz. Si apartarse del todo de los focos, esto es, de la Fama, siendo Diosa, nos resulta hoy –loco todo mortal quisque por pillar la celebridad como sea- increíble, siendo además actriz y cantante verdadera, el radicalmente abandonar lo creativo, esa crucial renuncia, más insondable arcano aún nos parece. Hmmm, cómo se abriría paso todo eso en ella, he ahí el enigma palpitante de esa vida. Yo, que soy nadie, si en mi mano estuviera, indagaría ese enigma y escribiría la novela de esa vida cotidiana tras su inmensa renuncia. Sólo se echa de menos allí el escuchar su voz, ese tránsito también en ella desde los registros del candor a los de la gravedad. A la sombra de ese halo pepaflorido, se nos ponía, con todo, un poco el corazón contento y lleno de eso, y the life nos parecía en parte una tómbola colmada de luz y de color, claro.
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