Tras la conciencia del descalabro existencial en que ha consistido su
vida, de la imposibilidad de darle la marcha atrás al reloj del Tiempo y
recuperar así el amor de Emma, en
los últimos compases del libro, y no de forma azarosa, encuentra Stevens consuelo… en cierta apertura a
la humilde alegría que el mundo y las gentes a nuestro alrededor, si acertamos
a verlas, nos proporcionan. De la excluyente dedicación a su Señor y a su
profesión –que tampoco son tiradas por la borda- le vemos transitar hacia una
discreta celebración de las gentes sencillas y a un moderado goce lúdico que
también la Vida puede ofrecernos.
De forma significativa le sitúa Ishiguro
en el muelle del puerto de la ciudad a la que viajó para reencontrarse con Emma. Si toda su vida ha discurrido
entre los sólidos muros de una mansión, a ella adscrito y en ella enclaustrado,
se encuentra ahora Stevens en el
lugar por excelencia de la movilidad, el de continuas partidas y llegadas, al
aire libre suelto.
“Acaban de encender las luces del
puerto y, detrás de mí, todo el mundo que pasaba ha recibido el
acontecimiento con una fuerte ovación. La tarde sigue llena de luz, una pálida
luz roja que ilumina el cielo… Me he vuelto para observar más de cerca a esta
multitud que reía y conversaba alegremente detrás de mí… Al escuchar sus
conversaciones, he comprobado que no se conocían y que simplemente habían
coincidido aquí. Por lo visto, se han parado un momento al encenderse las
luces, y después se han puesto a hablar entre ellos. Ahora, mientras les
observo se ríen. Resulta curioso que la
gente pueda congeniar tan fácilmente y con tanta rapidez… Después de todo,
y pensándolo bien, no puede ser un pasatiempo tan estúpido, especialmente si
resulta cierto que el gastar bromas es la clave del calor humano.”
¿Quieres saber lo que entonces pensé, lector mío? Que el cabrón del
nipón en esos párrafos había prefigurado también lo que hoy llamamos las redes
sociales, y que esas multitudes festivas y vocingleras que aplaudían el
encendido de las luces del puerto somos nosotros mismos rajando de acá para
allá hoy en los globos de colores de los blogs,
en el tururú vibrante del feisbuk,
en el incesante tíovivo vivísimo del Twitter
y del Internete, y que Ishiguro
estaba hablando de miss Kenton y de Stevens, de su amor y de su desamor,
vale, pero también de ti y de mi, de como quiera que se llame esto nuestro,
como si hubiera en todos de todo.
Vamos, que Lo que queda del día
es mucho, mucho. Arigató, Kazuo, monstruo. (lo único que, puestos así, Señor Escritor, ¿no les quedaba aún un minuto a Stevens y a Emma, que tanto se amaban, para al final de todo haberse al menos
mutuamente regalado un glorioso revolcón?)
Post/post: gracias a George Orwell, a Kayla, a Winnie0, a NVBallesteros, a Inmaculada Moreno Hernández, a Norma, por además de escribir sus extraordinarios blogs, hallar tiempo para leerme y dejarme sus reflexiones, por bloggear ayer a mi lado, GRACIAS.
2 comentarios:
Pues... ¿sabes qué, mi querido amigo bloguero y para nada vocinglero? Pues que llevo todo el día reflexionando sobre las ventajas y desventajas de esto de la red, el que a un chaval de 26 tacos se le ocurriera lo del feisbúk de las narices y tal parece que diera -sin quererlo- en la tecla de esa estulticia cotillera y zaragatera que, al parecer reside como deseo irreprimible en lo más oscuro de la inconsciencia humana y que simbólicamente guía los designios del aburrimiento de la especie, a falta de otros crepúsculos artificiales compartidos al estilo del relato que tanto te encandila, con razón.
Y no; no termina de convencerme esa supuesta maravilla de la retroalimentación en masa propiciada por el Internete de los cojones. Es más, lo tengo claro: no creo en ningún tipo de comunicación humana ni en sus posible beneficios. Me quedo con la impostura de un telediario, aunque sea como proyecto torpe de hacerle la ola a un pánfilo y torticero Rajoy.
Tener que estar -como en aquella cena de cincuentones en la que estuviste- a las taras de unos y otras, a los malos recuerdos, a los nefastos entuertos, a los chismes birriosos, a las chanzas pírricas, a las inanes neutralizaciones ideológicas, a las boutades de tu ex o del ex de la ex... la verdad, me parece deplorable: lo peor, con diferencia, que haya creado el ser humano, aunque sea niñato desocupado y resentido de Harvard.
Un cordial saludo. ¡Ah!, y lo del achuchón final: estoy de acuerdo contigo. Del rosa al amarillo, un acto de amor no puede ser como casi siempre, ahora, una sonada de klínex. Ha de ser algo muy trascendente, incluso bien decantado en el tiempo sumo.
No estoy de acuerdo con tu sugerencia final. Lo que no puede ser no puede ser. Lo arruinarían por completo. Se trata de eso precisamente.
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