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viernes, 20 de julio de 2012

Diane Keaton, Alejandro Valverde y yo



     

 Verás, Diane, iba ya a meterme en el blog contigo, como si fuera el blog una isla encantada, con tu libro tan bonito, saboreaba ya y todo entre los dedos ese gustirrinín que dan las vísperas de lo que nos gusta, cuando se metió por medio la hazaña de Alejandro Valverde en el Tour… y de nuevo recaí en el pernicioso vicio de la actualidad. No voy a llegar yo nunca así a nada, lo sé. ¿Me lo perdonarás, Diane? O, mucho mejor dicho, que la señora Keaton ni en sueños sabe ni sabrá nunca del muá, ¿me lo perdonarás tú, más amable que nunca lector?
   Es que, verás, yo creo que la proeza que ayer en Francia desplegó Valverde, por ser tan fuera de lo común es de las que merece ser cantada. Ojalá supiera yo hacerlo como la misma merece. No sé si podemos imaginar lo que para un ciclista de élite, en el cimero momento de su vida deportiva, siempre corta, significa, como es el caso, tener prohibido durante tres años competir, bajo sanción por dopaje,  en la prueba por excelencia para todos ellos. Con esa rabia acumulada batiéndole la sangre por reivindicarse cabe imaginar que acudiría Alejandro este año a la cita.
   Las contrariedades, además, parecían haberse conjurado ya en la carrera contra él: un cúmulo de despistes, de caídas, de pinchazos, de anómalo rendimiento parecían haberle casi desahuciado del interés de la clasificación. Le había ido mal durante el paso de los Alpes y es seguro que la tentación del abandono le rondaría por la cabeza, conocida la dureza infernal del ciclismo, su feroz exigencia, muy difícil de soportar bajo la odiosa sombra del fracaso.    
   
    Pues, con ese pesado lastre sobre las espaldas, ayer, en el descenso del puerto de Menté, el primero de la jornada, lideró Valverde la fuga. Una forma valiente de apostar por el todo a nada. Y luego, en el Puerto de Bales, de los de la máxima categoría, otro ataque le dejó ya en solitario contra todos y con muchos kilómetros de empinadas cuestas por delante hasta la meta. Era, dado el flojear de las propias fuerzas en los Alpes, la distancia enorme, la absoluta soledad, y el que estuviera el Tour para los de la general en juego, una apuesta casi suicida, sólo al alcance del arrojo propio de un temerario que no ha perdido del todo la fe en sí mismo.
   Incrementó su ventaja en solitario en el descenso, sabedor de que vendría luego la refriega general. Pedaleó entonces desatado, como si le fuera la vida en ello, loco por resarcirse de los años en blanco, inmune al cansancio todavía. En el último puerto, como la lógica dictaba, la fatiga y el ataque de los de atrás hicieron temblar el sueño de esa vibrante cabalgada. Le acortaban más y más la ventaja. Apretó Alejandro Valverde los dientes, aguantó, pedaleó y pedaleó, y del todo exhausto, con sólo diecinueve segundos de renta, consiguió por fin ganar la meta.
   
   Cuentan los cronistas que al traspasar esa línea a Valverde le desbordó la emoción. Que lloró. Las lágrimas de un campeón que nunca perdió la fe en su valía y que impulsó sobre la bicicleta una preciosa gesta en el día de ayer. También el blog tiene algo de pedaleo sin fin contra la inmensidad de la ciberesfera y del oscuro anonimato, hasta ese día en que al bloguero le fallen las fuerzas y se baje de la bici.  Eso, Diane, fue todo lo bueno que ayer me distrajo de ti. Y eso, lector, fue lo que ayer me hizo desdecirme ante ti a mí. Y te pido, una vez más, tu divina benevolencia. 

Post/post: gracias a Mónica, a Donaire Galante, a Norma y a Juan Carlos por darle señorío con sus comentarios a este blog, que es también suyo, por bloggear conmigo ayer, GRACIAS.     
  

1 comentario:

Monica dijo...

Valverde al cruzar la meta sentiría la satisfacción y el orgullo de su esfuerzo, por su carrera bien hecha, imagino que la misma sensación que la de un bloguero al ternimar su texto ¿no? Saludos, seguiremos esperando a Diane.