(Ya aquí diciembre, lector. Hum, huele a Navidad. Regalar a un amigo/a, regalarte, regalarme mi libro. ¿Agradeces el blog? ¿Lo valoras? Necesito vender algún ejemplar más de mi libro, que es además muy bueno -creo-, para seguir escribiendo. Pídemelo. Precio por correo ordinario: 10 euros. Precio por correo certificado: 15 euros)
Mi instructor de pádel se llama Rober.
Veintisiete años, majete de cara, de mediana estatura, atractivo, fuertote, de
anchos hombros y acogedores músculos pectorales, no llega Rober a lo de Cristiano
Ronaldo, claro, pero en verdad
se ha labrado el cuerpo como un gimnasta de Mirón el tío. Follable 100%, que diría alguna desenvuelta tuitera
del hoy. Todo en su atlética figura rezuma el empuje radiante de la juventud y
la potencia.
Somos tres sus alumnos los miércoles a altas horas, y la otra noche,
mientras calentábamos Carlos y el
muá –pa vernos, esas sudaderas
incendiarias allí, como luciérnagas atolondradas desafiando a vaharadas el frío
y la oscuridad del club poligonero- se entregaba Rober a muy misteriosas confidencias con Fran, el bandarra del grupo.
Tenemos una relativa confianza unos con otros, la ruda camaradería de los
fornidos gladiadores podríamos decir, para darnos una idea y hacernos de paso
la ilusión, pues salvo nuestro metrosexual
instructor, ya digo, es pa vernos
al trío padelero, menudas pantorrillas.
Sabemos por eso sus torpones alumnos que hace poco Rober rompió su feliz unión matrimonial, que incluye dos niñitas
rubias adorables, que alguna vez hemos visto corretear por allí, pues que se le
cruzó a nuestro Titán, en uno de los
prestigiosos Torneos Padeleros que los fines de semana por toda España él
frecuenta, una cimbreante padelera bonaerense de pelo negrísimo y caderas más
voluptuosas aún –nos ha enseñado él con gesto de orgulloso cazador fotos de
ella que lleva incrustadas en el móvil, ¿desplazando quizás a las de sus niñas,
ay?-, una garota tremenda de esas que
incluso a los querubines dejan boquiabiertos. Llevan un tiempo liados los dos,
aunque se ven a salto de mata aún. El pádel les une, el pádel les separa.
Torneos, torneos, torneos.
Como quiera que veíase a Rober más
bien cabizbajo en la conversa que con Fran
mantenía, cavilé si, agotado el frenesí inaugural de los Fogosos Olímpicos, no sería alguna especie de arrepentimiento,
y de honda nostalgia del amor conyugal y hogareño lo que estuviese allí él confiando.
No cuadraba con ello la sardónica pero muda sonrisa que Fran ostentaba, pero a saber si no era la misma la moneda cobrada
como desquite en el rostro de los contrahechos, a quienes esa explosión de furores
corporales está naturalmente vedada.
Como no lo dejaban, nos acercamos Carlos
y yo, centuriones incandescentes ya, a
darles el queo. Y en ese momento era Fran quien una imaginaria bola
remataba:
-Jajajá, tranqui, Rober, tú
tranqui, pues claro que te vuelvo a pasar las pirulas, jajajá… a que te
funcionan de puta madre… ¡Diooos, dejas a las tías a tope de gusto y espatarrás pa un mes entero, colega! Las
perracas es que lo flipan… pero, ya
sabes, cincuenta euracos se llaman, ya sabes, jajajá, a mí me rulan de puta
madre, no se me baja el rabo ni patrás, toooma
perracas, jajajá, llevo siempre en el coche, ahí las llevo, yo sí, por si
acaso, no te jode, jajajá…
Soltamos los cuatro allí, sumidos en la noche neblinosa, en la noche láctea, unas risotadas de
cómplices legionarios romanos en un receso de las Galias, o en una francachela
tras la batalla en un bosque nibelungo, sólo que cuando las risas, llamas
venidas a menos, decayeron, pedía el guión unas palabras del Titán en busca de farmacopea para su tema, y sobre su rostro, por un día
pesaroso, las miradas ávidas confluyeron.
-Es verdad, joder, he quedado
este finde con Cristina… y es que
esta tía es la hostia, Cristina es
la hostia, es exigente que te pasas, no le vale lo normal, quiere estar toda la
noche ahí, dándole, se mosquea si no, se enfurruña, luego lo cascan todo por
ahí… y es que quieres quedar bien, joder, dejarla bien pero bien… como sea, no
vaya a dejarme, sí, no vaya a mandarme a Parla, sí, después de la clase me acerco contigo al coche y te pillo algunas, tengo que quedar bien.
Volvimos a reírnos, sí, pero se veía claro que eran risitas falsas, y que
la íntima confidencia, y la sombra gigantesca y arrolladora de aquella Cristina bonaerense que Rober llevaba en el móvil, había llenado
de una extraña turbación de pesadumbre al grupo de forzudos conmilitones, que
eran ya sólo tres angustiados padeleros en calzonazos, que es pa vernos. Uff, podía leerse en la mente
idéntica del trío fallando ya todas las bolas: ¿Y cómo será esa tía? ¿Qué haría
con nosotros si nos pillara por banda? ¿Cómo no se revolverá esa leona en la
piltra? ¿Tanto de uno exigirá? ¿Un Adonis guaperas como Rober, a los veintisiete enganchado ya al Viagra? ¿Es el de Cristina, su exigencia, el nuevo Orden Amoroso? ¿Qué
significaba todo aquello? Incluso a Fran,
el bandarras, silente y pálido ahora -salvo los rodetes enrojecidos de los
carrillos-, se le notaba estupefacto. Hasta el perfecto Discóbolo Rober nos parecía en ese extraño
momento uno de los nuestros. Y hacía frío, qué leches.
LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS
(Resumen, análisis y UN CAPÍTULO de la obra en estos enlaces)
UN CAPÍTULO:
154 pgs, formato de 210x150 mm,
cubiertas a color brillo, con solapas. Precio del libro: 15 Euros. Gastos de envío por correo certificado incluidos en
España. Los interesados en adquirirlo escribidme por favor a josemp1961@yahoo.es
“No soy nada, no quiero ser nada, pero conmigo van todas las ilusiones
del mundo” (Pessoa)
No hay comentarios:
Publicar un comentario