Qué arte tan virguero se gastan los publicistas -vendrían a ser ellos los sumos peritos demagogos del consumo- para enmascarar, hasta darle del todo la vuelta, la naturaleza de la Cosa. Así, qué precioso el anuncio de la Lotería de este año, qué emotivo, qué fenomenal puesta en escena de la historia con un final tan feliz como aparentemente altruista. El spot consigue que olvidemos que el mundo no se acaba en ese bar, que la mayoría restante habrá perdido en el juego su dinero, que no por ser grupal el egoísmo deja de serlo, aunque casi del todo se difumine. Anótese la finísima pericia textual y evocativa del spot: ¿no diríamos que se hace rico al final el mismo Don Quijote de la Mancha -el arquetipo del idealismo- de la mano generosísima... de Sancho Panza, símbolo del materialismo? Y qué es en esencia la Lotería: quitarle, bajo consentimiento, un poco a muchos para hacer RICOS a sólo unos pocos. Exactamente lo mismo que las Grandes Demagogias Políticas. En fin... , suerte, lector.
Es bien sabido que a la postre resulta la Lotería de Navidad –emblema sumo de todas las loterías- un notable instrumento anti-igualitario, ya que viene a consistir el misterio y la ilusión desmedidos que la misma cada año concita en quitar un poco de dinero a todos para acumular un mucho del vil metal sobre la cabeza de sólo unos pocos, sin que éstos, por otra parte, hayan hecho mayor cosa para merecerlo. Vendría la lotería a funcionar entonces como curioso mecanismo redistributivo de rentas, salvo que de carácter regresivo, claro, por el que al final del sorteo son los pobres (en su mayoría) un poco más pobres y los ricos (de origen o sobrevenidos de golpe por el soplo de la diosa Fortuna) un mucho más ricos.
Los modernos Estados del Bienestar, que con tanto afán pregonan buscar la más equitativa y progresiva redistribución de ingresos para los ciudadanos –recordemos el famoso Discurso del Viento zetapeico, montado todo él sobre la aversión a los ricos y la pasión por los pobres… de Somosaguas- deberían, si fueran coherentes no sólo proscribir las loterías, sino perseguirlas, por ser tan contrarias a los fines que dicen buscar. Curioso que, atreviéndose con todo, ni los iconoclastas borrokas de Podemos hayan ni mentado el acabar con la Lotería, notable instrumento creacasta.
El fortísimo arraigo emocional que la lotería, al socaire de tanta plática socialdemócrata, consigo mantiene entre la gente radica a mi juicio en el sencillo paralelismo que guarda con la Vida misma, tan azarosa y contingente, tan expuesta a mil y una circunstancias o avatares, a veces también súbitos y fuera de todo cálculo racional, que complican o facilitan de forma extraordinaria, -y en la lotería el meollo intrínseco es que el mazazo ese puede ser sólo superbenéfico, en principio- la existencia de los hombres. Parecería así que los hombres hubiesen acordado establecer un artificio para imitar con el azar de un sorteo lo que los escritores de los folletones decimonónicos llamarían los vuelcos maravillosos de la existencia para unos pocos.
Se me dirá: al fin y al cabo quien era pobre antes, no mucho más pobre seguirá después, si no atrajo hacia sí el Maná. Sólo que no sabemos exactamente a qué gastos más esenciales desplaza la cuantía destinada a tentar la suerte. Traigamos el asunto a terrenos propios de letraheridos: cuántas veces no decimos cómo tal libro nos cambió la vida (o tal cursillo, o tal pequeña inversión), justo el que ahora no compramos por adquirir el billete de marras… que sólo más billetes nos puede traer, a despecho además de cuanto decimos en principio aborrecer al poderoso caballero.
Bien se ve, no obstante, que la promesa que en sí encierra la lotería no es tanto la puramente material como la ilusión condensada al máximo de transformar radicalmente (con una suerte de varita mágica) y de un plumazo el orden pautado de nuestros días (una Revolución estrictamente individualista y hacia arriba) y lanzarnos a una vida que imaginamos más plena… que es justo la que nos proporcionan bien baratitos los mejores…. (iba a poner blogs, fíjate, lector)… los mejores libros, quiero decir.
Como toda pulsión extraordinariamente egoísta, (la de ser Uno y nada más que Uno inmensamente Rico, para darse más tarde el festín inconcebible de ser también inmensamente generoso…con los nuestros, claro, que es impensable el reparto total) una vez formulada y puesta en sociedad necesita, para hacerse tolerable, el ser en alguna medida maquillada. Así, con voz piadosa y acento algo fariseo lanzamos al vuelo esas dulces psicofonías de que “ojalá caiga entre los más necesitados, entre quienes menos tienen, y yo me alegro por ellos y tal y tal”.
Pero el magnetismo atávico que la Lotería año tras año atesora estriba sobre todo en recrear en nuestro interior la simple suposición, el paladear la dulcísima textura de una sencilla promesa, la de que por qué no habríamos de ser nosotros esta vez –a pesar de las infinitesimales probabilidades de que ello acontezca- los elegidos de los dioses. Es en el fondo un sueño, que está de una forma o de otra, inscrito en la propia naturaleza imaginativa de los hombres que les faculta para ir más allá de su ordinaria vivencia. Es como cuando en la oscuridad de la sala del cine –fábrica de los sueños, se la ha llamado- juraríamos que sólo y nada más que a nosotros la Actriz o el Actor de divina hermosura es a quien está mirando, y que si por casualidad a fondo nos conociera, irremisiblemente de nosotros acabaría enamorado.
(Diciembre a cuestas ya, lector. Hum, huele a Navidad. Regalar a un amigo/a, regalarte, regalarme mi libro. ¿Agradeces el blog? ¿Lo valoras? ¿Merece una pequeña recompensa? Necesito vender algún ejemplar más de mi libro, que es además muy bueno -creo-, para seguir escribiendo. Pídemelo. Precio por correo ordinario: 10 euros. Precio por correo certificado: 15 euros)
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