En una novela entras o no
entras, esa es la cuestión. Si entras, genial, allí te quedas preso, pero si no
entras, si no te entra, te sales, por piernas de ella te piras. Quizás un libro de relatos se ahorme mejor a
las prisas y a la fragmentariedad de que está hecho el vivir –y el sinvivir-
moderno. El libro de relatos permite justo eso, entrar y salir, ir y venir,
parar, degustar y picotear, templar y mandar tú en el arte de la lectura. Puede
que un relato no te mueva gran cosa… puedes siempre escapar de él y pesquisar
el siguiente. Casi por fuerza estadística entre veinte ha de haber uno, ¡al
menos uno!, que con fuerza atrape tu atención… para robarte luego la
imaginación y el corazón.
Aparte de que en un relato,
como a veces ocurre en la vida misma con motivo de una arrebatadora experiencia
sentimental, la intensidad y el
concentrado de emoción, cercano al fulgurante rapto poético, puede ser
superior a tanta novela tan tediosa como premiosa. ¿O tiene acaso Chéjov algo que temerle a, yo que sé, Dumas?
El libro de relatos hace posible una diversidad de ambientes, de escenarios,
e incluso de estilos, que para muchas novelas, encerradas en sus estrictas reglas
normativas, resultan lógicamente imposibles, claro. Sin ir más lejos, jejejé,
en mi libro de ahora hay barrio y parque madrileño suburbial, por supuesto,
pero pasearás también la Praga de Kafka,
y los graderíos del Nou Camp en una
Finalísima de infarto, es decir, una Final a corazón abierto, y un chalet de
Miraflores en otro, y los confines estelares del Universo, y una mansión de la
nobleza en la Francia de la Revolución jacobina, y la suntuosidad majestuosa y
callada de las Montañas Rocosas, el
ambiente peculiar y virtual del Internet, las distintas y emocionantes
historias que allí transcurren, en fin, tantas cosas que tenía yo que darte y
que contarte, amiga, amigo.
LOS EJEMPLARES LOS TENGO YO, PÍDEMELO AQUÍ, NO A LA EDITORIAL, QUE NO TIENE NINGÚN EJEMPLAR
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