… Los bloques en construcción medio desnudos, las grúas como metálicos diplodocus del pleistoceno, el vaivén interminable de los columpios sin horas, la explanada en pendiente para el fútbol perpetuo, nuestro híspido descampado como un campo de Marte en el que cazábamos lagartijas con la misma excitación con que otros atrapan cocodrilos en Kenia, ah, aquellos safaris de lagartijas bajo la canícula. El barrio entero como un continente recién descubierto que depredábamos cada mañana como jubilosos guerreros navajos. Y sobre todo… esa primera hora de las mañanas de agosto, igual que un bollo reciente delante de los ojos golosos, con el peinado de mamá aún mojado sobre la frente, ese runrún de expectativa informe, potrillos relinchones antes de la carrera, quién podía embridar tanta ilusión en abstracto agolpada, qué hacemos hoy,- decía alguien-, aquel intraducible rebullir de los prolegómenos, cuando todo era posible y teníamos sometido el tiempo de agosto al imperio de nuestro capricho, a las espuelas de nuestra fantasía, sin nube alguna de preocupación y bajo un cielo purísimo y azul… Entonces… (página 93 de mis 111 ROSAS. PÍDEMELO)
No hay comentarios:
Publicar un comentario