Me envicié de niño a la lectura gracias a los magníficos escritores que eran los cronistas deportivos. Apenas había entonces imágenes y tenían que trasladarnos ellos con el arte de la palabra los hechos, la competición y su drama. Catapultaban nuestra imaginación y convertían así aquellos cronistas los campeonatos en descomunales gestas homéricas, tal era la riqueza expresiva de sus cantares. Y entre aquellos héroes siempre Ángel Nieto, la bala roja, un ángel con alas a propulsión sobre el asfalto, su pericia y su valor en mil trazadas y derrapes, sus aceleraciones y frenadas de vértigo sobre motarras mínimas, que conseguía campeonatos… ¡mundiales! uno tras otro, en aquellos años de tantas estrecheces, en los que esos entorchados universales nos sonaban a colosales Hazañas impensables, vedadas a los españoles, tan atrasados como pequeñajos entonces, y que solo él, menudo pero corajudo, hambriento de victorias y ungido de bravura, nos brindaba. Con la desdichada desaparición de Ángel Nieto rebrotan todos esos bellos recuerdos, el de aquellas maravillosas crónicas que tan bien narraban sus triunfos con la moto, indómito jinete picando espuelas de gas sobre caballo de hierro, en el Jarama y en mil circuitos europeos, que con avidez enfebrecida leíamos de infantes. Formó parte para bien de nuestra vida. Siempre le recordaremos. En España el chico de la moto era Ángel Nieto.
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