Un/a escritor/a debe mirar y velar por sus obras como una madre por sus hijos. Igual. ¡Son sus criaturas! No digamos ya si son libros íntimos, compuestos con arcillas muy propias y únicas, muy sentidas y vividas, como contadas al oído además. Los ha llevado dentro, han crecido al compás de los latidos de su propio corazón, ha vibrado con las patadas que allí dentro le daban, los ha alimentado en su más íntimo interior, eran la causa toda de su estado de buena esperanza, los ha dado a luz al fin, dolores del parto compartidos e incluidos, los ha amamantado después, procura que crezcan sanos más tarde, que den sus primeros pasos bien, que no se rodeen de malas compañías luego, que no se despeñen, en fin, por las malas calles del olvido y el fiasco. Son su vida. No sé si me entiendes.
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