Cuentan que una vez, y no se sabe bien si la historieta es inventada o verdadera, hallábase alrededor de un soberbio estanque del Retiro madrileño un nutrido grupo de letraheridos, ensimismados en la contemplación de aquellas aguas esmeraldas y remansadas. En estas que llega, abriéndose el círculo a su paso, Rubén Darío, por entonces en la cresta de la ola del éxito mundano. Observa con detenimiento el gran poeta nicaragüense la factura del aljibe, su ornamento escultórico, la belleza de las plantas acuáticas y de sus flores, su levísimo temblor sobre el agua. ¿Y cómo dicen que se llaman aquellas?, exclamó, señalando unas que, entre todas, llamaban su atención. Se abrió un silencio general, empantanado también, hecho a medias de asombro y de estupor. Hasta que uno de aquellos poetuchas sin Nombre allí congregados, acaso sin de veras quererlo, notó cómo de golpe le brotaba allí mismo la oscura flor del resentimiento: “nenúfares, los mismos que tú tanto cantas, cabrón, son nenúfares”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario