Todo lo que en la lagartija, por vivaracha, por fina y centelleante danzarina, por graciosa y terrenal zarina diríamos, nos encandila, en el lagarto, por taimado, por torvo, por espeso y resabiado reptil presto a escupirnos, un Canciller venenoso diríamos, nos repele. La lagartija, sin querer, nos remite a la divina infancia, nos rejuvenece; el lagarto lagarto, ah, a la inexorable muerte, nos entumece. Es el tamaño, es el tamaño.
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