Tuve muy pésimas vibraciones desde
los primeros compases... que se corroborarían con creces luego. Fuese por la hora, por el sol que
me deslumbraba, por el calor asfixiante del día, sobre todo por un extraordinario
cansancio acumulado –había tenido una semanita atravesada de trabajo
y de partidos previos- del que yo, que debía pensar de mí mismo que aún era un
pipiolo, ay, no era siquiera consciente...
el caso es que no di una sola bola a derechas.
Fui un desastre desastroso de principio a fin. Me colocaba mal, llegaba
tarde, pegaba horrible a la bola, las perdía todas. El Tapón bregaba y bregaba como un verraco enfurecido y Johnny el Largo, apostado a menudo en
la red tras sus gafas de espejos, nos crucificaba a remates todas las bolas
flojas que le ponía yo a huevo. Profería encima sonrisitas sardónicas tras cada
uno de sus machaques. No sabía yo donde meterme. Absolutamente nada me salía y
encadenaba un fallo enorme con un horripilante yerro. Creo que debió ponérseme
la cara más roja incluso que mi camiseta pepona. 6-1 para el Tapón y el Largo en la primera manga, que queda
dicho con eso como fue el asunto.
En el cambio de set, abochornado del todo, sin atreverme casi a mirarle
le dije a Javier, “perdona,
tío… no sé lo que me pasa”. Él me respondió, “venga, va, Jose, no te preocupes, vas a entrar ya, ya verás, va, va”.
Pero no, no entré. Empezó el segundo set con las mismas trazas del primero, las
de mis continuos errores. El Tapón y
el Largo nos tenían a punto de
caramelo. Celebraban los tantos como posesos. Entonces, Javier se me acercó y me dijo, “Jose, ponte a un metro de la alambrada y
déjame a mí, por favor”. Ocupó
él pues los dos tercios del campo. Empezó
a correr como un rayo sobre la pista, ocupándose tanto de sus bolas como de la
mayoría de las que a mí me correspondían.
Con su juego fulgurante y habilísimo encaró casi en solitario a aquel
par de trujimanes. Contra el Tapón
puso Javier ajustados globos que le
rompieran las piernas con el continuo sube-y-baja, y contra Johnny el Largo certeras bolas a los
pies que le quebraran los riñones y le impidieran engatillarlas. Sí, él solo
les neutralizó la ventaja que nos llevaban primero, y él solo al cabo tuvo
agallas para derrotarles y hacerles beber el amargo licor de la derrota en el
definitivo tercer set. 4-6 y 4-6.
Me dio entonces Javier,
brillante de sudor y aéreo de impulso como un héroe triunfador, el abrazo que
sellaba nuestra victoria. “Bárbaro, Javier”, fue lo que
entonces salió de mí. Chocamos las manos con nuestros oponentes, como mandan
los cánones: el Tapón refunfuñaba
algo por las comisuras salivosas y el
Largo, mudo y atónito, demacrado de derrota, ni siquiera nos miró, aunque
las lunetas de sus gafas reflejaron el esplendor risueño de Javier.
Habíamos conseguido el 107 al fin. Era nuestro ya. Habíamos ganado nuestras particulares Olimpiadas. Yo me sentía muy feliz por Javier y a la vez muy humillado conmigo mismo. Trató él de animarme, pero...
pero CONTINUARÁ mañana, lector, que no quiero abrumarte por hoy más con la tragedia que ya viene. Post/post: gracias a CLAVE, a Winnie0, a Anónimo, por padelear conmigo, por bloggear ayer a mi lado, GRACIAS.
5 comentarios:
jejeje, soy de los que juega al paddel..jejej y con agujetas...un saludo desde Murcia.
He tenido algunas experiencias en el tenis y de sobra sé que cuando una pata cojea, ahí van todos los golpes. Pero también conozco que es imposible, a menos que los contrarios sean mantas, ganarle a dos sin la colaboración de dos. Así que creo que lo tuyo es una pose literaria, ya te vale.
ja ja y sigue la historia de gangsters jugadores...¡me encanta! Un beso. Firmado:La Winnie
Mañana es el apoteosis final, o no??.
Hoy no duermo !!..
Disfruta la victoria...
Ganar es lo realmente importante,o no???
ÁNIMO!!!
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