Eran seis. Estaban tomándose un
copazo, puede que no el primero, a las tantas de un viernes ya sábado en el bar
del Pueblo. Las voces espantadas de un hombre desconocido tras el portazo les
sacudió de golpe la festiva modorra. ¡Ayuda! ¡Ayuda! Salieron tras él y vieron
la casa rural envuelta en llamas y en humo. Dicen que se oían los gritos de los
niños a merced del desastre. No dudaron. No les detuvo ni el miedo ni el
peligro que enfrentaban. Con escaleras del mismo bar se encaramaron a la planta
superior y, a través de la misma ventana por la que había escapado aquel hombre,
dos de ellos se lanzaron al amenazador interior de aquella oscuridad tomada ya
por la densa humareda. Consiguieron sacar en los brazos a una niña de cinco
años y a un bebé de meses. Luego ya los de emergencias, que llegaban con más
medios, les relevaron. Vieron y vivieron de todas formas en primera línea aquel
horror. Necesitaron asistencia médica en el Hospital por la inhalación de
aquellos gases. Ninguno de ellos, hondamente impactados por lo experimentado en
esos instantes, y más tarde, cuando las terribles imágenes se adensan y se
posan imborrables en el entendimiento, quiso luego hablar ni comparecer ante la
prensa que allí ya se arremolinaba. Expusieron esos jóvenes con generosidad sus
vidas para tratar de salvar otras que ni conocían, eso es todo. Daniel, Rodrigo, José Manuel, Raúl,
Yolanda, Noelia, si es que las prisas de los periodistas no yerran, son sus
nombres.
Qué poco en realidad sabemos de ellos, con qué mínima insistencia se
ocupan los media de ellos, qué poco parece a todos interesarnos ese súbito instinto del Bien tan puro y nítido en
ellos. ¿Qué patológica y asocial lógica mueve a los media y a los creadores
(y a los consumidores de información y de arte) tan proclives a
explayarse en los pantanosos terrenos de la morbosa seducción del Mal, tan aburridos e indiferentes a la tan necesaria irrupción del Bien?
Todo, con pelos y señales, de los más sucios psicópatas al dedillo
conocemos: su complicada mente -nos dicen los expertos- su biografía
falseada, la legión de los admiradores que cartas de amor por decenas a la
cárcel les envían, el aura de mórbida fascinación que como peculiar eau de
colonne a ellos les envuelve. Nada sabemos en cambio de estos chavales de Burgos. ¿De verdad, señores redactores-jefes,
señores escritores y cineastas, señores lectores, que no merece lo de esos chavales siquiera un pedrestre reportaje?
No hablo de erigir modelos, de proponer hipócritas hagiografías; hablo
de por una vez sólo merodear los terrenos del inesperado Bien, alegrarse del mismo, irradiarlo y difundirlo. ¿Es más
complicado, verdad? El Mal y todo
ese rollo estará muy bien, pero sin Bien
no hay vida, estúpidos.
(Termina también este febril Febrero, lector; dime, ¿Te gustó la
música que desenvolvió mi blog durante este mes? ¿Crees que soy merecedor
entonces de que me pidas tú el mío libro? Gracias
de corazón a quienes así lo habéis hecho, por, sin conocerme valorar mi trabajo
e impulsar de verdad, con hechos, mi escritura, por quererme aunque sea un poco.
Lo pasé muy bien escribiendo al calor y al amparo de cada uno de vosotros,
presentes siempre en mí vuestros nombres. El resto es ruido.)
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