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domingo, 2 de marzo de 2014

Esos chavales de Burgos lanzándose sobre la casa en llamas



   Eran seis. Estaban tomándose un copazo, puede que no el primero, a las tantas de un viernes ya sábado en el bar del Pueblo. Las voces espantadas de un hombre desconocido tras el portazo les sacudió de golpe la festiva modorra. ¡Ayuda! ¡Ayuda! Salieron tras él y vieron la casa rural envuelta en llamas y en humo. Dicen que se oían los gritos de los niños a merced del desastre. No dudaron. No les detuvo ni el miedo ni el peligro que enfrentaban. Con escaleras del mismo bar se encaramaron a la planta superior y, a través de la misma ventana por la que había escapado aquel hombre, dos de ellos se lanzaron al amenazador interior de aquella oscuridad tomada ya por la densa humareda. Consiguieron sacar en los brazos a una niña de cinco años y a un bebé de meses. Luego ya los de emergencias, que llegaban con más medios, les relevaron. Vieron y vivieron de todas formas en primera línea aquel horror. Necesitaron asistencia médica en el Hospital por la inhalación de aquellos gases. Ninguno de ellos, hondamente impactados por lo experimentado en esos instantes, y más tarde, cuando las terribles imágenes se adensan y se posan imborrables en el entendimiento, quiso luego hablar ni comparecer ante la prensa que allí ya se arremolinaba. Expusieron esos jóvenes con generosidad sus vidas para tratar de salvar otras que ni conocían, eso es todo. Daniel, Rodrigo, José Manuel, Raúl, Yolanda, Noelia, si es que las prisas de los periodistas no yerran, son sus nombres.
     
   Qué poco en realidad sabemos de ellos, con qué mínima insistencia se ocupan los media de ellos, qué poco parece a todos interesarnos ese súbito instinto del Bien tan puro y nítido en ellos. ¿Qué patológica y asocial lógica mueve a los media y a los creadores (y a los consumidores de información y de arte) tan proclives a explayarse en los pantanosos terrenos de la morbosa seducción del Mal, tan aburridos e indiferentes a  la tan necesaria irrupción del Bien
   
   Todo, con pelos y señales, de los más sucios psicópatas al dedillo conocemos: su complicada mente -nos dicen los expertos- su biografía falseada, la legión de los admiradores que cartas de amor por decenas a la cárcel les envían, el aura de mórbida fascinación que como peculiar eau de colonne a ellos les envuelve. Nada sabemos en cambio de estos chavales de Burgos. ¿De verdad, señores redactores-jefes, señores escritores y cineastas, señores lectores, que no merece lo de esos chavales siquiera un pedrestre reportaje?
  
   No hablo de erigir modelos, de proponer hipócritas hagiografías; hablo de por una vez sólo merodear los terrenos del inesperado Bien, alegrarse del mismo, irradiarlo y difundirlo. ¿Es más complicado, verdad? El Mal y todo ese rollo estará muy bien, pero sin Bien no hay vida, estúpidos.



(Termina también este febril Febrero, lector; dime, ¿Te gustó la música que desenvolvió mi blog durante este mes? ¿Crees que soy merecedor entonces de que me pidas tú el mío libro? Gracias de corazón a quienes así lo habéis hecho, por, sin conocerme valorar mi trabajo e impulsar de verdad, con hechos, mi escritura, por quererme aunque sea un poco. Lo pasé muy bien escribiendo al calor y al amparo de cada uno de vosotros, presentes siempre en mí vuestros nombres. El resto es ruido.)

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