Siempre nos ha maravillado la
destreza con que la fábrica de publicistas de la Progresía maneja los media, el arte propagandístico en
que envuelven el mensaje, que es masaje, destinado a esa franja de ciudadanos
que siguen la política sólo de refilón, y que son quienes deciden las
elecciones. No digamos ya si comparamos ese mimo publicitario con el seco
desprecio que la derecha política española acostumbra a hacer de la
comunicación pública en las sociedades modernas.
Ahí tenemos el penúltimo exiemplo:
¿acaso no resulta fascinante y logradísima la imago que, antes incluso de oficialmente inaugurarse la campaña
europea, de Elena Valenciano han
conseguido los cerebritos progres colar
en el imaginario colectivo de los inavisados receptores? ¿No han de resultar
cálidas y entrañables –para los “apolíticos”- el haz de connotaciones
simbólicas que la imagen/estampa consigue de un plumazo levantar?
Ahí, en ese centro sobre lo que todo converge, en muy humilde compostura
luce ella: sola, modesta, rodeada de libros (es decir, de cultura, de
humanismo, de sabiduría) y rodeada de jóvenes (es decir, de idealismo, de
rebeldía, de modernidad) que, diríase, han abandonado un instante los libros
que en su mesa cada uno devoraban para de forma muy medida ovacionar a quien
acaba de hablarles. Todo el envoltorio simbólico rezuma efectiva sencillez: esa
modestia escénica de mesitas y sillas casi infantiles, esas sobrias estanterías, la
explícita ausencia de reclamos mitineros, el austero vaso de agua, unos folios,
la casual indumentaria…
Y también la disposición de Ella: escueta, despojada de todo abalorio o
signo de status, en tejanos y camiseta, sola, no acompañada de la comitiva
oficial, peinada lo justo, la precisa sonrisa, tras una endeble mesita que no
oculta sus piernas, que no la parapeta; es decir, todos los componentes
escenográficos de la imagen redundan en una milimétrica desnudez simbólica, una
alegoría de la sencillez inteligente, alejada de la empingorotada Casta, -a menudo los candidatos del PP
parecen recién egresados de una lavandería express de cinco estrellas- y
de fuertes resonancias identificativas para amplios segmentos sociales. Una
de los nuestros, una más entre los jóvenes cultos y de clase media y media baja,
vendría a sugerirse.
Esa estampa, lo que la misma susurra, es sobre todo el decisivo mensaje. Lo que
luego dijo, “me sorprende que quien no tiene muchos recursos se siga adhiriendo
a un proyecto como el de la derecha española”, eso va ya para el consumo de la
tropa interna, y recuerda en fisno al dicho de aquel tosco alcalde socialista
sobre los “tontos de los cojones que votaban a la derecha”. “Las clases medias
deben saber que sus hijos no van a poder competir con los hijos de la buena estirpe, porque no van a tener recursos para hacerlo”,
sentenció allí la docta Valenciano.
Frente al radiante emblema de la
humildad ilustrada que la imagen con eficacia vende, la estricta
realidad de la propia buenísima estirpe (sagazmente ocultada) de la heroína que
allí comparece, y el hecho de que no fuera ella siquiera capaz de acabar los
estudios universitarios porque es que… es que ella mucho allí se aburría,
francamente todo eso importa un pepino.
LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS
(Resumen y análisis de la obra en estos enlaces)
154 pgs, formato de 210x150 mm,
cubiertas a color brillo, con solapas. Precio del libro: 15 Euros. Gastos de envío por correo certificado incluidos en
España. Los interesados en adquirirlo escribidme por favor a josemp1961@yahoo.es
“No soy nada, no quiero ser nada, pero conmigo van todas las ilusiones
del mundo” (Pessoa)
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