Las imágenes de las continuas
avalanchas violentas de inmigrantes indocumentados –indocumentación adrede
buscada y mantenida- sobre la frontera de Melilla,
su propia textura de onírica pesadilla en escópico continuum, ofrecen el escenario
ideal para que cada uno proyecte sobre las mismas las sombras de sus propias
obsesiones, es decir, que vea allí los absolutos que previamente desee ver:
invasión o desesperación, miedo o injusticia, pánico o racismo, negocio de las
mafias o apocalíptico grito de la famélica legión. ¿Qué sabemos en realidad del
verdadero trasfondo de lo que allí ocurre? Poquísimo. Importa sobre todo a los
opinantes, como a los toreros efectistas en la plaza, retratarse grandiosos y
nobles en el lance.
No parece, desde luego, que los que consiguen asaltar la valla, y se
adornan luego con trapecistas mortales de festejo en serie, se hallen ni de
lejos cercanos a la desnutrición. Hace
dos años fue, no en Melilla, sino en
las costas canarias donde sobrevino la crisis
de los cayucos, otro en apariencia espontáneo estallido de la incontenible
desesperación de las muchedumbres famélicas africanas. Pues, tras las
bambalinas, el gobierno español puso más tarde buen dinero sobre la mesa y,
como por ensalmo, los cayucos -y con ellos ese inaplazable Hambre-
desaparecieron. Crecen así las sospechas de que Marruecos –y otros países- utiliza a la carta como llave a abrir o
cerrar según convenga el asunto, en periódico chantaje económico a la mala
conciencia de las élites occidentales.
No acaba de entenderse bien por qué marabuntas de inmigrantes se
desviven por alcanzar –jubilosos, si lo consiguen- los desalmados países capitalistas, esos en los que
–so capa de democracia- sólo mandan el Dinero, su dictadura, y la cruda
explotación del hombre del hombre. No estaría de más que los Cayo Lara y Ana Pastor La Sexta de turno indicaran a todas esas masas en
aluvión que existen países y modelos más progresistas, más a la medida del
corazón altruista de lo humano, a los que con más lógica deberían todos ellos
dirigirse, sobre todo porque en ellos, sabido es, comida, sanidad y educación,
la sal de la vida, están garantizadas: Venezuela,
Cuba, Bolivia, Argentina, Corea y por ahí.
LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS
(Resumen y análisis de la obra en estos enlaces)
154 pgs, formato de 210x150 mm,
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“No soy nada, no quiero ser nada, pero conmigo van todas las ilusiones
del mundo” (Pessoa)
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