Estaban en la zona de los sofás. Su amiga, rellenita de carnes, con los
brazos y las piernas desmadejados, dormía con insólita placidez infantil en
medio de la algarabía dodecacofónica del Antro.
Y ella, a su lado, seguía con los dedos el ritmo del merengue sin dejar de observar
a la dormida, como un ángel rubio que velara ese sueño lozano. Y bueno, acababa
yo de darle el primer sorbito al segundo gin-tonic y aquella visión un poco me
conmovió.
Creo que tu amiga al fin ha alcanzado la ataraxia, le dejé caer
–también para mi sorpresa, pues uno, tímido hasta decir basta, apenas nunca
allí habla- en el oído a la rubieja bajita. Oye, fue
decírselo y la bella gordita durmiente allí rezongó, como elevando hacia mí todo
un improperio en sordina. Retomó enseguida la placidez del dormir. La rubita me
miró entonces y con estricta frialdad me hizo saber que llevaban ellas un día de
perros, y que su amiga a nadie hacia mal, así es que hiciera yo el favor de
irme a la…
Glups, ya
me retiraba yo de allí cual canelo cum
rabo inter piernas, cuando de
espaldas oí que la rubia añadía… perdona, joder, no quería decir eso…
Me giré hacia donde estaba, víctima entonces yo de un súbito tic que me llevaba
a frotarme interminablemente con dos dedos la sien delante de ella. Echó la
rubia una mirada más a su amiga, certificó su esférica ataraxia, se levantó del sillón y en dos pasos la vi llegar hacia
mí con media sonrisa deliciosa en la boca. Oye, la rubieja bajita no estaba
mal.
¿Sabes? Te pareces a este tío… hmmm… a Woody Allen, eso me
dijo. No jodas, ¿tan carcamal estoy? … bueno, tú recuerdas también a Mia
Farrow en La semilla del diablo, ¿la has visto?, apunté. No. A mí me gusta la música, jajajajá. Nos miramos. Cruzamos unas frases,
bobadas, aunque cada dos por tres volvía ella la cabeza hacia su amiga
durmiente, que ahora se removía un poco sobre el oscuro sofá. Parecíamos dos
primitos furtivos haciéndole una gran trastada a la abuela.
Pasó muy rápido entonces todo. Le hablaba yo, no sé por qué, de la importancia de
los sentidos. Llegamos al tacto. De repente, ella tomó mi mano. La
puso, extendida en vertical contra la suya en el aire. Como los cherokees, sí,
pero bien pegaditas sus manos y las mías. Suaaaves, ella dixit. Palma contra
palma. Dedos sobre dedos. Era un instante bonito. Sólo que de repente entonces,
detrás de nosotros, sin llegar a despertarse, la jamona durmiente emitió un
bufido desgarrador que sólo la rubita y yo identificamos como tal, pues el
resto de aquella fauna carnavalesca lo procesó como un arpegio más de la
algarabía dodecacofónica, y a lo suyo siguió como si nada, como si nada.
Oír el bramido y, contrariada, retirar la rubia su mano de la inmediatez
de la mía, fue todo uno. Áspera, me dijo
además: "pero si tu mano es más pequeña que la mía, anda ya". Me dio
la espalda y se largó, sólo ojos-oídos-cerebro-y-manos ya para el sueño de su
amiga. Punto. Apuré de un lingotazo el gin-tonic, grité en vano ¡¡¡PUTA ATARAXIA!!! sobre el bullicio
infernal del Antro y me fui
enseguida a casa.
LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS
Porque a mi parecer un libro íntimo, no tanto porque
nos revele interioridades escabrosas, sino porque sobre todo consiga con
desnudez hablarnos como al oído de los paisajes esenciales del alma de quien lo
escribió, es también uno de los más acabados símbolos por los que alguien
ofrece al Otro –a quien físicamente no tiene delante, al que de otra forma
difícilmente podría hacerlo- la propia mano. Esto soy. En estas
historias –no en forma de un discurso, sino con destreza encarnadas en
personajes vivos a los que les ocurren cosas, a quienes sorprenden los avatares
amargos o alegres de la vida- late la urdimbre sentimental que hasta aquí me
trajo. Quiero ponerlas en común contigo. Quiero revivirlas a tu lado. Puede
que te reconozcas también en ellas. Aquí tienes mi mano.
Por correo ordinario, 10 Euros; por correo certificado, 15 Euros. Personalmente dedicado,
si quieres. Pídelas en
josemp1961@yahoo.es
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