Ellos sí que están solos ante el peligro. A cuerpo gentil y
predispuestos a ser una y otra vez, infinitas veces, bombardeados. Se queda uno
boquiabierto ante las agallas que encuentro tras encuentro demuestran y
proclaman. Ves enfrente de ellos a tiarracos, tan forzudos todos como los
legendarios del circo, de esos que levantan un tractor entre los brazos
fabulosos sin inmutarse, dispuestos a como sea, con violentísimos lanzamientos de
mano que sin piedad y en desatada carrera a velocidades supersónicas desde
cualquier lado ejecutan, alojar el balón en el estrecho marco… que sólo el
carnal cuerpo del portero de balonmano defiende. ¡Precisamente interponiendo sólo
cualquier miembro de su cuerpo –sean manos, piernas… estómago, rostro, partes
altas o bajas partes- han de detener esos endemoniados pepinazos, esos crueles
misiles de los jugadores rivales que sin duda matarían a una vaca, que a los mismos
cancerberos amenazan con arrancarles la cabeza o cualquier otro miembro de
cuajo!
Oh, cruel destino el del portero de balonmano, tan directamente impelido
a recibir contra el cuerpo vivo y serrano –que ellos por milésimas convierten
en hierro- los más tremebundos zambombazos. Cómo no maravillarse ante tan
temeraria valentía. Tras la semicircular línea que en principio señalaría su
exclusivo territorio, allí están ellos, en radical soledad confinados, prestos
a exponer el cuerpo a las furiosas andanadas rivales. A menudo éstos, sorteando
las defensas contrarias, se catapultan en carrera y vuelan como posesos en pos
del brutal latigazo que con el balón horade la meta rival. ¡Allí, cara a cara
frente al armado y enloquecido invasor, en tan desigual postura, ha de
enfrentarles el portero de balonmano, y a quemarropa y con reflejos felinos ofrecer
sólo su entero físico para mantener inviolada la casa propia!
Con su caso, el del portero de balonmano, con la insólita vocación y el
intrépido arrojo, tan desarmantes, que
en ellos crepitan, con la extraordinaria aleación de fortaleza y alada agilidad
que en ellos brilla, sin duda compondría Píndaro
poemas tan celebrados como los que se le conocen.
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