(1ª parte, ayer)
Largaos, so cenizos, dejadme solo, de coña y sin
mala intención les deseó,
que anhelaba él centrarse en la deleitosa observación de Eva reaparecida … bueno, y si se daba la oportunidad tratar de… de
charlotear again con ella, eso,
preguntarle… por la fabada, qué sabía él. Como si hubieran olfateado su íntimo
afán, aquellas almas en pena cincuentona se fueron y… fue remirar hacia donde andaban Eva y su amiga y rebotarse de estupor todo uno… Por todos los demonios, ¡estaban ya ellas magreándose
a placer –cómo si no- con dos tipos!,
nítidamente extranjeros por las trazas ellos, polacos o rumanos fijo, oooh, Dios mío, el que estaba con la
amiga de Eva era guapete y con buen
tipo, a treintañero no llegaba, pero por
Satanás, el que morreábase y se restregaba por detrás y por delante con Eva entregada –había guardado ella sus
gafitas- era un garrulo de comic, altote y fornido, vale, pero con tripa, con
un jersezucho arremangado que le venía pequeño a su corpachón de estibador
basto, con unos vaqueros sucios y viejos, por
los cuernos de Lucifer, Eva, qué me estabas haciendo, ese tipo es un
borrachuzo y no vale nada, qué hacías
entre sus manazas, es increíble, es
increíble… Sólo que era real, muy real. Y no es que se les viera a ellas bolingas perdidas, no.
Sintió entonces irreprimibles ansias de correr en busca de sus cincuentones en pena, de fundirse
en su mismo penar, de contarles reciente y crujiente la historia de Eva al
polacote enrollada, fíjate como son las tías, joder, sí, porca miseria,
darles esa primicia como el que alimenta un fuego aciago, refocilarse con ellos
en la común desdicha, aliviar así un poco el resquemor. Le pegó un lingotazo al
gin-tonic… que le abrasó el paladar. Pensó entonces que ir hacia los
cincuentones... para qué. Salió disparado hacia la barra, como queriendo apagar mejor
aquel fuego con otro gintonic, con el bálsamo estrictamente profesional de Vanessa Miss
Simpatía al menos, pónme otro,
maja, sólo que Vanessa andaba
ahora muy atareada y no podía atenderle, que le encaró una flacucha esquelética
tras la barra, qué te pongo, y la
flacucha no restregó el limón contra los bordes del vaso ancho, y así no es lo
mismo, joderrr, este gin-tonic sabía
amargo, pero muy amargo, y ahora qué hacer…
Nada. Nada. Nada. Encajar. Digerir. Aprender… Rearmarse. Tomar el vaso
frío entre las manos y recuperar el sitio en el ángulo oscuro. Observar
desapasionadamente. Qué sabía él en realidad de Eva. Que le gustaba la paella. La había idealizado tontamente… sin
base real alguna para ello. ¿Por qué entonces debía descabalarle tanto lo que
ella hiciera? Quién sabe qué razones la moverían para despendolarse así, allá
ella. Observarla, distanciarla, examinarla, reducirla a motivo para un relato, va,
un sorbito al gin, un hielito por la frente, por las sienes, eso es, ya apenas
le dolía Eva. Pero entonces... CONTINUARÁ
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LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON INFULAS
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