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jueves, 28 de enero de 2016

Y ahora... qué hacer




(1ª parte, ayer)
    Largaos, so cenizos, dejadme solo, de coña y sin mala intención les deseó, que anhelaba él centrarse en la deleitosa observación de Eva reaparecida … bueno, y si se daba la oportunidad tratar de… de charlotear again con ella, eso, preguntarle… por la fabada, qué sabía él. Como si hubieran olfateado su íntimo afán, aquellas almas en pena cincuentona se fueron y… fue remirar hacia donde andaban Eva y su amiga y rebotarse de estupor todo uno… Por todos los demonios, ¡estaban ya ellas magreándose a placer –cómo si no- con dos tipos!, nítidamente extranjeros por las trazas ellos, polacos o rumanos fijo, oooh, Dios mío, el que estaba con la amiga de Eva era guapete y con buen tipo, a treintañero no llegaba, pero por Satanás, el que morreábase y se restregaba por detrás y por delante con Eva entregada –había guardado ella sus gafitas- era un garrulo de comic, altote y fornido, vale, pero con tripa, con un jersezucho arremangado que le venía pequeño a su corpachón de estibador basto, con unos vaqueros sucios y viejos, por los cuernos de Lucifer, Eva, qué me estabas haciendo, ese tipo es un borrachuzo y no vale nada, qué hacías entre sus manazas, es increíble, es increíble… Sólo que era real, muy real. Y no es que se les viera a ellas bolingas perdidas, no.
     Sintió entonces irreprimibles ansias de correr en busca de sus cincuentones en pena, de fundirse en su mismo penar, de contarles reciente y crujiente la historia de Eva al polacote enrollada, fíjate como son las tías, joder, sí, porca miseria, darles esa primicia como el que alimenta un fuego aciago, refocilarse con ellos en la común desdicha, aliviar así un poco el resquemor. Le pegó un lingotazo al gin-tonic… que le abrasó el paladar. Pensó entonces que ir hacia los cincuentones... para qué. Salió disparado hacia la barra, como queriendo apagar mejor aquel fuego con otro gintonic, con el bálsamo estrictamente profesional de Vanessa Miss Simpatía al menos, pónme otro, maja, sólo que Vanessa andaba ahora muy atareada y no podía atenderle, que le encaró una flacucha esquelética tras la barra, qué te pongo, y la flacucha no restregó el limón contra los bordes del vaso ancho, y así no es lo mismo, joderrr, este gin-tonic sabía amargo, pero muy amargo, y ahora qué hacer…

     Nada. Nada. Nada. Encajar. Digerir. Aprender… Rearmarse. Tomar el vaso frío entre las manos y recuperar el sitio en el ángulo oscuro. Observar desapasionadamente. Qué sabía él en realidad de Eva. Que le gustaba la paella. La había idealizado tontamente… sin base real alguna para ello. ¿Por qué entonces debía descabalarle tanto lo que ella hiciera? Quién sabe qué razones la moverían para despendolarse así, allá ella. Observarla, distanciarla, examinarla, reducirla a motivo para un relato, va, un sorbito al gin, un hielito por la frente, por las sienes, eso es, ya apenas le dolía Eva. Pero entonces...  CONTINUARÁ



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