(y 3)
...Observarla, distanciarla, examinarla,
reducirla a motivo para un relato, va, un sorbito al gin, un hielito por la
frente, por las sienes, eso es, ya apenas le dolía Eva.
Tras unos cuantos bailoteos, que incluyeron desaforados sobeteos por
detrás y por delante con el polaco grandote, anotó que Eva empezó a
distanciarse corporalmente de él, a frenarle con las manos los embates, como si
fuera recobrando una cordura por aquellos predios de golpe perdida. El polacote
resopló. Que empezó luego Eva ojeadora,
eso, a echarle el ojo a la pareja, mucho más contenida en sus ímpetus, que
componían su amiga borrascosa y el
que parecía un principito polaco de rebajas, pues si su atuendo era deportivo y
casual, su atractivo y espigado porte,
más la mínima línea de su barbita, podían en parte hacerle pasar por miembro de
alguna dinastía polaca venida a menos. Varias veces se dieron de bruces los
ojos de Eva y del principito polaco,
observó él, mientras a su
alrededor la amiga borrascosa miraba al suelo y el grandullón, brazos en jarras
ahora, miraba a Ana, miraba a su amigo, y acrecentaba el fuelle de los
resoplidos.
Componían los cuatro un cuadro vodevilesco, sí, con poca gracia y mucho
instinto bajo, como esas chuscas sit-com
que ahora en la tele tanto se llevan. De pronto entonces Eva intercambió dos frases con su amiga, que a continuación se
alejó de allí con expresión de viuda triste. Tomó por el brazo Eva al espigado principito polaco y
románticamente lo invitó a bailar un merengue que entonces daban… para al minuto
siguiente abandonarse entre sus brazos, a besazos y mordiscos devorándose ya
ambos, mientras cerca de ellos el polacote parecía una nuclear en llamas. Eva y el príncipe se alejaron entonces
de él, rendidos sin remedio a su súbita pasión devoradora. Era Eva quien sobre todo se abalanzaba
sobre el polaquito bonito, afianzado
contra la pared, como si ardiera en deseos de allí mismo devorarlo, confundirse
y fundirse en él, como si sin él fuera ella nada. Bastante tenía el polaquito
con tratar de remedar el frenesí caníbal de Eva. El grandullón, copazo en mano, trató por despecho de tirarle
los trastos a cuantas por allí pasaban, que de él huyeron una tras otra, no sin
una chispa de terror en la mirada. En fin, Eva
y el principito se dieron un buen homenaje. Tuvo Eva, reina de la noche, su
dúplice pasión polaca, plebeya
primero, aristocrática at least.
No podría precisar si
es que del Antro salían ya los dos hacia más íntimo lugar, pero sí alcanzó a
ver que quiso el principito despedirse del grandullón, y que éste, del todo
beodo, le volcó entonces a la cara tremebundas palabrotas que incluyeron además
humo y saliva encima, aunque bastó solo una mirada decidida de aquel emir al
entrecejo del polacote para que se amansara éste hacia un rincón, cual mastín
resignado. ¿Y Eva? Allí en medio,
con un semblante del todo congelado e inexpresivo, la reina boba, que no
parecía atender ni comprender nada. Igual pensaba en una paella, ve tú a saber.
Ésta tía está como un cencerro,
se dijo al cabo. Le dio el
penúltimo sorbito al gin, que, macerada del todo su composición, sabía
delicioso. Ajá, ahora se sentía ya en
condiciones de pegar un salto y disfrutar un rato en el centro mismo de la
pista, con sus queridos cincuentones, bailoteando también él, uno más en el
infame coro carnavalesco que flagelaba el
Antro al son de Raphael que volvía …qué pasará, qué misterio habrá, puede ser mi
gran noocheee… y al despertar ya mi vida sabrá algo que no conoce, lalalalá,
lalalalalá, mi gran nocheee…
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LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON INFULAS
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Personalmente dedicadas. Puedes pedírmelas aquí, o en josemp1961@yahoo.es Es muy sencillo. En España: 10 E por correo ordinario, 15 E por correo certificado.
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