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viernes, 7 de julio de 2017

Es que no acababa de creer lo que me estaba sucediendo

   


UNA TARDE EN EL RETIRO (IV)

   ... Perdón, fue lo que, algo aturullado, dije. “No importa, se le veía tan a gusto, no tengo prisa”. Vestía pantalón rojo, pero de un rojo no estridente, y una fina camisa blanca. Unas gafas de pasta roja. El aire le revolvía armónicamente el pelo corto, que relucía allí con los colores de la miel.  No es que fuera la suya una belleza despampanante, qué va, era mucho mejor que todo eso, parecía provenirle esta de una dimensión más honda que como de adentro afuera a ella le manara hasta culminar en su rostro bajo una expresión serena y cauta, unos gestos comedidos y suaves, una mirada limpia, franca y mesurada sobre las cosas. Porque, como resultó que no atinaba yo, medio atontolinado, a articular palabra, fue ella quien me empezó a hablar, y lo hizo, para mi total asombro, como si estuviera, en efecto, en  posesión de muy mágicas facultades, o de una poderosa  intuición telekinésica al menos, pues parecía conocer a la perfección mi penosa peripecia, que así era su pericia comprensiva y bondadosa. “Todo conspira ahora, bajo la hegemonía de las imágenes, en contra de los libros. Créeme si te digo, lo sé por mi trabajo, que incluso los escritores más renombrados se las ven y se las desean para dar salida digna a sus libros. La gente ahora no valora el trabajo y el talento que hay detrás de un libro, no aprecia la valía de la palabra escrita, se han vuelto sordos a la música que contiene. Comprendo entonces perfectamente la penosa odisea que vivís los escritores desconocidos. Por eso tenéis para mí tanto mérito”. Me fue desgranando razones de este cariz, con tal verdad y sentido en su decir que, qué quieren también, un poco como los críos con el payaso antes, me sentí reconfortado, se me esponjó allí el alma. Me parecía muy increíble todo, casi como una vergonzante auto-publicidad que hubiera yo adrede tramado, sólo que, lo juro,  era la pura verdad, y mira que sabemos también de sobra que la estricta verdad es a menudo inverosímil por completo. Me daban ganas de pellizcarme y de abrazarla, no digamos más. Pero quedaba más. “Por eso tengo que decirte… que eres un valiente, Jose Antonio, que te admiro un montón. Leí que ibas a estar por aquí y esta vez me dije sí, y aquí que me vine. Mira… tengo que hacerle un regalo a una amiga, que se llama, Luisa, así es que me estás poniendo pero ya una dedicatoria bien bonita”.

    Glups, andaba yo medio levitando, sobre el influjo de tan maravillosas razones en labios tan sugestivos como amables. Bueno, tomé el boli rojo que llevaba y, como si escribiera con sangre que me extrajera yo del corazón ahí mismo, puse: “Para Luisa, con afecto del autor, con admiración a su persona, pues escogida persona por fuerza ha de ser quien mantiene trato y traba franca amistad con las mismas hadas, que además le regalan libros, y que a todos nos hacen con su hechizo arrebatador más plena y hermosa la vida. Ojalá te guste, y perdona, ojalá le guste mucho a tu, a nuestra, hada”. Y mi firma. Bueno, aquella mujer leyó eso, guardó mi libro en su carcaj y en las mejillas muy suavemente me besó. Cerré sin querer un instante los ojos, porque no acababa de creerme del todo lo que estaba sucediendo, y cuando los abrí, a pesar de que miré y remiré los alrededores, ella ya no estaba allí, claro. Permanecía el aroma hondo de su gesto, eso sí...
CONTINUARÁ MAÑANA 

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