Volvía, tarde en la noche, de tomarme el gin tonic nuestro de cada finde en el Antro. Detuve el coche ante
el semáforo rojo de San Bernardo. Me flanqueaban dos taxis. Sobre la acera entonces,
mirando con un punto de ansiedad el móvil, ¡diablos!, una reencarnación de Ingrid Bergman, sólo que en ropaje casual. Una parecida luz -blanquísima, mas ruborizada por el grana semafórico- sobre el rostro
a pesar de la noche –aquí el iluminador era yo-, una misma pureza de rasgos,
aquellos pómulos de mazapán, bueno, toda
esa armonía resplandeciente de rasgos divinos también en ella, ya tú sabes.
Seguía gracias a Dios el rojo en rojo. Aquella joven, para mi asombro completo,
empezó a escudriñarme la cara tras el parabrisas. Cotejaba su móvil y mi
careto, mi careto y su móvil, así varias veces. Levantó la palma de su mano
derecha hacia mí, y me esbozó una sonrisa amable, por todos los demonios,
similar también a la de Ingrid. Giré
la cabeza, pensando que era para otro, pero no, no había duda, era todo eso pour muá. Enfermo de cinefilia viejuna,
le devolví yo el saludo. Entonces, con andares decididos, como si fuera a
subirse a un avión… ¡enfiló hacia mi coche! Glups, santo Dios. Pensé de golpe
que podría ser esa linda mujer el fatal cebo para algún atraco, yo que sé. Así
es que no desbloqueé el seguro de las puertas, con lo que la presión de su mano, tan blanca, contra el tirador resultó infructuosa. Miró de nuevo la pantallita de su
móvil. Le puse yo además cara de póker, de bogart en rebajas. ¡Ostras! Se le
humedecieron por un instante los ojos a aquella beldad, exactísimamente como en
Casablanca.
Arrebatadora en grado sumo ya, of course.
Ensartado, le bajé un palmo la ventanilla y pude escuchar su voz trémula de
acento extranjero… ¿San-chi-a-go?, es decir, ¿Santiago?
¿Buscaba acaso en mí ella la reencarnación del patrón de España, simplemente
alguien que conocería ella muy vagamente que así se llamaba? Yo creo, jejejejé,
que simplemente había pedido un uber, un coche de alquiler, eso era
todo. Como uno -ni bogart de rebajas, ni ná de ná- no es hombre de acción, sino de pasión, con
neutra sencillez le dije sólo… ya lo
siento pero… me parece que te has equivocado. Bueno, nos sonreímos un poco
azorado los dos, y volvió la joven nórdica sobre sus pasos. El rojo se puso
verde. Ciao, Ingrid, le dije para mis adentros, sin mirarla ya en la
arrancada. The end. Bueno, the end, no, porque hasta casa, dentro de mi cabeza,
empezó a cobrar forma un maravilloso relato en el que a su interrogante
respondía yo, sí, soy Santiago… Ilsa, Ilsa,
qué bien te sienta el Tiempo, de entre todos los semáforos del mundo tenías que
pararte en éste, dónde quieres que te lleve, y que ella se tronchaba, se
subía, nos internábamos por entre sobre el embrujo de la noche madrileña, nos
contábamos nuestras vidas en el Tiempo, parábamos en otro Antro a tomarnos otro
gin tonic y nos besábamos entonces y eso… Pero esa... es otra historia, amigas/os,
que quizás, si me va bien el que ahora tengo en danza, pueda publicar en un
libro algún día. Fin now, sí.
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