En mi opinión resulta tan nocivo el
exceso de apego como el exceso de desapego a las personas y a las cosas. Que
nada te turbe, nos susurran, que nada te conmueva, tú mismo con tu budista
mecanismo de autodominio perfecto. Eso, que nada te afecte demasiado… como al
extranjero de Camus. Sólo que… no somos islas perfectas. ¿No simbolizan y
condensan algunas cosas mil significados preciosos o funestos que a través de
ellos viven? ¿Acaso no guardamos objetos perfectamente inútiles de nuestra
infancia, o de la adolescencia, de los que por nada del mundo nos desprenderíamos?
Qué decir entonces del afecto o del desafecto con las personas. Más allá de lo
material incluso, nos necesitamos. Queremos, y queremos querer, a determinadas
personas. Las catástrofes, las epidemias, globales hoy, ponen en solfa, creo,
tanto a los nacionalismos y fundamentalismos separatistas, que se creen únicos
y superiores, como a los neo-espiritualismos del todo-a-cien, para los que la
realidad exterior no existe y es todo una creación subjetiva a la carta del
individuo, que debe ser eso, una isla perfecta.
sábado, 2 de mayo de 2020
APEGO Y DESAPEGO (CONFINADOS, DÍA 49)
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