En virtud de qué absurdo silogismo, en razón de que desquiciada hemiplejia moral, si a la altura de 2021 proclamas ¡Gora Euskadi!, ¡Visca Catalunya!, ¡Puxa Asturies! o, qué se yo, ¡Viva Cartagena!, ipso facto sientas plaza de amante del Progreso y de bonísima persona, y si en cambio dices ¡Viva España!, como faccioso y sospechoso engendro automáticamente se te ve. Para mí decir ¡Viva España! es celebrar un notable legado histórico, con luces y sombras, como todos, y sobre todo ensalzar un excepcional destilado cultural, que incluye, entre otros, escritores, pintores y escultores sobresalientes y de talla UNIVERSAL, y cuya memoria y presente unidos me parece un Bien mantener. Qué hondos y perennes, y enraizados en el inconsciente colectivo han de ser los LAZOS AFECTIVOS que entre sí vinculan e implican a los españoles unos con otros, para que, de forma en apariencia milagrosa, sin apenas inmersión socializadora desde hace décadas como “españoles” en los mitos y rituales típicos de la “nacionalización” que cualquier Estado lleva a cabo, casi contra Todo pues, basta la simple intuición colectiva de lo que por encima de todo nos une: el hecho mismo de sentirnos españoles.
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