Hay un relato portentoso de Raymond
Carver –autor hoy idolatrado, cuyos relatos, de un estilo estreñido, suelen más bien dejarme frío, con la
excepción de éste, “Catedral”, al que sin duda elegiría entre los diez
mejores de cuantos uno haya leído- que ilustra como pocos el extraordinario
universo propio que puede por sí mismo inaugurar el sentido del tacto.
Gira en un momento dado el relato alrededor de los absurdos celos que,
sin él siquiera reconocérselo, carcomen a su tosco protagonista acerca de un
antiguo amigo de su mujer, que viene a visitarlos. Este amigo es ciego. ¿Celos
de un ciego? ¿No suena a algo perfectamente absurdo? Trata el zafio
protagonista durante toda la velada, de forma consciente e inconsciente, de
mortificar y dejar en evidencia al ciego. Sólo revela de esta manera su pobreza
de espíritu y el complejo de inferioridad y la rastrera envidia que le corroen
ante el amigo de su mujer, y la sospecha de que ésta quizás, sin reconocérselo
ella tampoco, estuvo muy enamorada del ciego.
El desencadenante de todo este infierno no revelado de celos arranca de
una confesión que, acerca de un hecho que con su amigo ciego le ocurriera, ella
le hace al patán. Resulta que ella había
trabajado para el ciego, como asistente en su despacho. Saboreemos ahora como
el talento genial de Carver, por
boca del protagonista, nos lo cuenta:
“Mi mujer y el ciego se hicieron buenos amigos. ¿Que cómo lo sé? Ella me
lo ha contado. Y también otra cosa. En su último día de trabajo, el ciego le
preguntó si podía tocarle la cara. Ella accedió. Me dijo que le pasó los dedos
por toda la cara, por la nariz, incluso por el cuello. Ella nunca lo olvidó.
Intentó escribir un poema. Siempre estaba intentando escribir poesía. Escribía
un poema o dos al año, sobre todo después de que le ocurriera algo importante.
Cuando empezamos a salir juntos, me lo enseñó. En el poema, recordaba
sus dedos y el modo en que le recorrieron la cara. Contaba lo que había sentido
en esos momentos, lo que le pasó por la cabeza cuando el ciego le tocó la nariz
y los labios. Recuerdo que el poema no me impresionó mucho. Claro que no se lo
dije. Tal vez sea que no entiendo la poesía. Admito que no es lo primero que se
me ocurre coger cuando quiero algo para leer.”
¿Absurdos entonces esos celos? En modo alguno, incluso aplastantemente
lógicos, creo, pues la hermosa escena recreada, su desbordante sensualidad,
pese a tratarse de simples dedos en punta acariciando los contornos de un
rostro, posee un potencial afectivo e imaginativo mil veces mayor que las
contorsionistas y rastreras cópulas con que sin venir casi a cuento quieren
atraparnos la atención las más infames películas hoy.
Post/post: gracias a Jose Antonio, a Alijodos, a Alp, a Juante, a Mónica, a Kayla por dejarme poemas, ideas, el tacto de su escrituta, bloggeando ayer a mi lado, mejorando este blog así, GRACIAS.
4 comentarios:
José Antonio, hoy he aprebdido algo más.
Saludos.
Las películas de hoy aburren con tanto sexo, escenas que no vienen a cuento con su trama. Tal vez sea para disimular lo malas que son. Resultarían más interesantes si lo dejaran a la imaginación.
Es mi opinión, claro está, pues para gustos están los colores. Voy a ver si encuentro ese libro por la red.
Saludos.
Jose, poner los ojos en la punta de los dedos, quizás así se deba reconocer a un hombre, a una mujer. Acabo de ver Shame, te la recomiendo, cuando el cuerpo se llena de deseo y los ojos de los dedos nada ven, la carne entonces asfixia y posee todo de nada. En este filme verás mucho de lo que no quieres ver, pero ¿somos de una sola pieza?
Creo que el sentido del tacto es una delicia...
Besos
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