Esa planta imperial, sí, la
cadencia de esos andares majestuosos que ellas gastan. Ese su color, que adensa
sobre su lomo el dorado ímpetu de los mismos rayos del sol. Canela felina. Más lo naturalmente currantas y protectoras que para los
suyos son… Leonas peleonas, diríamos, valga el ripio, que me gusta, qui pasa. Si ya de
por sí siente uno –es normal- devoción por los leones, es decir, por esos
animalitos que, en estos tiempos
malhadados del incesante picoteo-depredación de pantallitas, leen
mucho, ya es que ante las leonas, ante la especial intuición y
sensibilidad –la ambrosía de una miel colorá
que sólo a ellas aprovechara- que en medio de la icónica selva tumultuosa
suele en ellas aquilatarse, ante su estampa imponente es que ya me derrito, yo
lo admito. Olvido incluso la crudeza de sus zarpazos. Leones y leonas, esa
hermosa especie a extinguir. ¿Para cuándo una oenegé para ellos?
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