Porque nada como la rosa –todas las flores, que la rosa habla por todas- simboliza mejor la belleza increíble de cuanto nos rodea. Contempla su milagrosa hechura, la insólita gloria de su filigrana, la gloria de su gesta y dime si no es así. “Lo ves, Jefe, hasta en el desierto crecen las rosas”, decía el malote de una película más malota, redimiéndose un poco de paso al verlas y sin venir a cuento exclamarlo. Pero incluso la rosa viene envuelta entre espinas, -¿y por qué? porque la vida, agridulce, así es, con belleza y vileza incontables a tu alrededor-, espinas que pinchan, y que a veces, ay, causan dolor y hacen sangre. Quise cortar la flor… pensando que de amor no me podría pinchar, que tan bonito cantaba Mecano. Desde siempre los poetas han cantado a las rosas, acaso porque son también el emblema de la fugacidad y de la fragilidad. Las rosas, la vida misma.
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