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miércoles, 31 de julio de 2013

Historia del Abuelo chisposo que a Princesa Leticia abochornaba



   Es una escena deliciosa. La cuenta en su libro el primo felón, y si non e vera, como pocas merece ser pero que bien trovata. Ocurrió en Palacio, en el Palacio Real por todo lo alto engalanado, con ocasión de las nupcias que al Príncipe Felipe y a Leticia Ortiz en real matrimonio unieron. Presentes allí, de un lado, las egregias criaturas de todas las dinastías reinantes europeas, incluso de las no reinantes, el Gotha de la rococó Aristocracia universal en tiros largos, esa merdé del abolengo y de la sangre azul envuelta en el frufrú de sus carísimas sedas y afeites, y del otro, el menestral puñado de los Ortiz Rocasolano, qué pasa.
   
   Preocupaba al parecer mucho a Princesa Leticia, delante de tan refinadas y principales presencias, un derrape protocolario de alguno de los suyos, por qué. Con femenina intuición centraba la Princesa su inquietud en el abuelo Paco, taxista de noble profesión -pues no hay título en la vida que más alta dignidad conceda al hombre que el recto y perseverante trabajo-, hombre afable y rumboso, inclinado, eso sí, con ocasión de los ágapes, y de las bebidas espirituosas que a los mismos se asocian, a la naturales expansiones a que la franca bonhomía del pueblo llano y trabajador en esas situaciones propende, sólo que… ¡ante tanta vizcondesa!
  
   Aleccionó Leticia al abuelo. Prometió éste a su nieta, con algo de tristeza asomada ya al noble y entrecano rostro plebeyo, que nada de él debería temer. Encargó además Leticia, que no debía ni así tenerlas todas consigo, a su primo, ese palomino luego traidor, que estrechamente vigilara en el convite al abuelo Paco.
     
   La ropa de estreno, la luz deslumbrante de esas arañas palaciegas, la alegría que todo casamiento disipa, no digamos si se trata el de la propia nieta tan querida, las viandas soberbias e innúmeras del real banquete, la calidad afrutada de los vinos tan variados, la obsequiosidad maliciosa de los camareros reales venga a llenarte la copa, todo eso junto a la altura de los postres hizo inútil el ideal propósito de autodominio en el abuelo Paco. Además, el primo palomino, como en un anticipo de su traición, puede que secretamente regodeándose el muy, rehusó su encomendada misión de celador y dejó al abuelo Paco al pairo de sus efluvios vitivinícolas.
  
   Lo bueno habría de venir al son de la música y con la liberación que el baile procura, cómo no. El abuelo Paco, aflojado ya un punto el corbatón, sólo un poco achispado, lanzóse raudo a la pista de baile. Es fácil imaginarle las trazas berlanguianas, a lo López Vázquez, como un Quique Camoiras desmelenado, natural producto del pueblo trabajador español, las piernas algo arqueadas por tanta patada echada, su frenesí entre aquella pléyade de ociosas y aburridas marquesonas, repintadas como monas de diseño, emperifolladas como rosas de pitiminí y plexiglás.
  
   In vino véritas, se dirá, y la verdad, en viendo todas aquellas ricashembras tan a la mano, puede que al abuelo Paco, es natural también, otros apetitos verdaderos se le encabritaran. Sugiere el primo lechuguino que a cuantas condesas, baronesas y vizcondesas allí lucían título y palmito, a todas el abuelo Paco piropeaba y casi pellizcaba, a todas los tejos con gracejo les lanzaba.
     
   Y asombroso fue que la natural espontaneidad del abuelo Paco a muchas de aquellas marquesonas encantara, y que con su picardía verbenera del bobo amuermamiento las arrancara. Pues foránea princesa una al menos hubo, al decir del primo traidor, que de lo lindo con el abuelo Paco bailoteó, anotando, meticuloso el primo, el libidinoso impulso con que en el lance el abuelo, si con una mano bien contra su cuerpo por donde la espalda termina a la princesa ceñía, por el frente con arrojo le arrimaba la propia yesca a los principescos bajos.
     
   En éstas llegó Princesa Leticia para, con diplomática y televisiva sonrisa en los ojos, al primo por lo bajini susurrarle horrorizada su orden y su enojo, “Tienes que parar esto. Llévate al abuelo a dormir. ¡Ya!”, pues mucho al parecer el despendole que en la pista de baile acontecía a ella abochornaba. Cumplió órdenes el pérfido primo y, mientras el Gran Baile proseguía es fácil también imaginar la pesadumbre y el demudado abatimiento culpable, como de niño castigado en mitad de la fiesta por haber hecho gran trastada, del brazo del primo preso, con que abandonaba cabizbajo el abuelo Paco, con seguridad el más noble ejemplar de todos los allí presentes, las reales estancias en día tan señalado.



LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS
(Resumen de la obra en post del 27-1-2013 y 1-2-2013)
154 pgs, formato de 210x150 mm, cubiertas a color brillo, con solapas. Precio del libro: 15 Euros. Gastos de envío por correo certificado incluidos en España. Los interesados en adquirirlo escribidme por favor a josemp1961@yahoo.es
“No soy nada, no quiero ser nada, pero conmigo van todas las ilusiones del mundo” (Pessoa)

  

2 comentarios:

Noumenadas dijo...

Ja, ja, ja. Se lo escuché al palomino en la única pieza "medio qué" que la Intereconómica se ha cobrado en lo que va de temporada, con esa imagen tan chusca que está ofreciendo la emisora fachorra renqueante.

Es tan patética esta princesona, que no merece ni consideración. Y así ha salido la gachí de híbrida: enseñando las bragas por do se pavonea. Aunque, para lo que hay que ver... No estaría mal la insinuación, no sé si del Algarra o del primo resentido, de que el profe que anduvo con la plebeya, cuando sus muchos y variados orgasmus, nos relatara -cual primus inter pares- lo que aconteció entonces. ¡Ah, y lo del misterio del "arborto", de fábula!

Soy de la opinión de que debe ser trascendido todo, pero todo, lo de estas reinonas ascendidas en supremo sacrificio de clase inclasificable.

Tu texto, para enmarcar. Saludos.

Napo dijo...

Mi Primo Larra no lo hubiera hecho mejor.

Soy malo. Lo sé, y me pone todo lo que a la Leti le joda. Jajjja. Soy asimmm. Sólo lo siento por doña Sofía y por la que a día de hoy tendría que ser nuestra heredera al trono de España: La Infanta Elena.

El Rey va de campechano: Pues toma. O tome señor. El Principe imita a papuchi en lo pedor: Póc patí. La Leti quiere quitarse el olor a dehesa ignorando que eso es para siempre.

El pasado y la raices actuan más veces que como aliados, como traicionaros.

Supongo que la Lati nos dará muchos días de gloria: Dios quiera.

El abuelo Paco se puso a las órdenes del Rey Baco. No se puede comparar. Hay que entenderlo.