Censurábamos ayer, a nuestro juicio
de fracasatis,
la cierta explotación que de la demagogia social extrema la izquierda radical aquí
lleva a cabo. No quiere ello decir, por supuesto, que no haya motivos y
corrupciones concretas y evidentes a denunciar y contra las que organizarse. Nos
referíamos más bien a la consciente exacerbación del más áspero resentimiento
en genérico… curiosamente en exclusiva casi y a todo gas contra la Derecha española, como los escraches,
entre otros tantos motivos, demuestran.
Veíamos así como se le contraponía a un muy preciso asesinato unos
suicidios, de los que directa e inapelablemente se culpaba sólo a los actuales
gobernantes, casi como si el mundo y la vida acabaran ahora mismo de iniciarse.
Lo pasmoso es el constatar, una vez más, cómo esa cruda proyección del más malvado
estereotipo entre la ciudadanía contra la
Derecha española resulta ser una peculiar melodía de seducción que en común
envolviera las estrategias de los líderes izquierdistas, sean moderados o radicales. ¿No parecen deseosos de
robarse los unos a los otros la primogenitura de las lentejas sobre esa muy
torva animadversión?
Qué pueden entonces pensar o sentir, cómo
pueden verse impelidos a actuar, los ciudadanos proclives, por los motivos que
sean, al mundo emocional de la izquierda, tras escuchar las palabras bárbaras
que Elena Valenciano hace sólo cinco
días a todo trapo sobre/contra el gobierno emitía:
“Poco a poco nos lo están quitando
todo. Un día es la sanidad, otro la educación, luego las pensiones. La
disyuntiva es agachar la cabeza o plantar cara. ¿Nos rendimos o nos unimos? Nos
rendimos y le plantamos cara a la derecha española y europea… ¡Unión! Unión, para
dar una lección a la derecha del austericidio que está acabando con nuestra
esperanza… la austeridad a toda costa nos está matando…”.
El problema está, creo, en la batasunización de una buena parte de la
izquierda española desde un tiempo para acá, que literalmente no soporta que
alguna vez corresponda a la derecha española gobernar. Expresa batasunización
de la clientela que muchos líderes, formales e informales, políticos, sociales
e “intelectuales”, lejos de atajar, se complacen en inflamar, como mucho con
dos pasos adelante y uno atrás.
LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS
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“No soy nada, no quiero ser nada, pero conmigo van todas las ilusiones
del mundo” (Pessoa)
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