Ha muerto Gregorio Esteban Sánchez Fernández, Chiquito de la Calzada para
el mundo entero, un humorista genial y diferente a todos, creador de un estilo
origínalísimo como sólo a los elegidos les es permitido. Eso, un creador sobre todo. Tomaba los
chistes cortos del barrio y con su arte propio, una suerte de barroquismo
surrealista y torrencial, los transformaba en hilarantes odiseas disparatadas
alrededor de las palabras, de sus
palabras. Siempre me pareció su humor la brillante defensa del niño que, siendo ya tan mayorzote, para siempre quiso él ser, ese
perpetuo juego asombrado con la vida que los infantes mantienen, al que luego
las asechanzas y la realidad gris y aplastante de la vida adulta en los demás nos
acaba por sepultar. ¿No veis cómo los
niños que empiezan a hablar balbucean y repiten y repiten gozosos, dadaístas avant la lettre, las palabras?
Así Chiquito. ¿No veis cómo luego
inventan palabras propias con las que defenderse del mundo exterior y de las
cosas que no entienden? Así Chiquito.
¿No veis como fabulan ellos luego desorbitadas historietas propias al calor de
su imaginación radiante no sujeta a la lógica? Así Chiquito. No fue por eso casual sino causal el nombre artístico que
adoptó, el derivado del niño perpetuo que siempre quiso él ser. Y palpita
también en ese diminutivo escogido, Chiquito,
la propia confesión de un niño desvalido, acaso atemorizado ante los fantasmas
de la vida adulta, quizás la expresión de una soterrada necesidad de ternura y
protección ante la misma. Puede que por eso también en su genial puesta en escena
no abandonara jamás Chiquito esa
gestualidad de niño guasón pero vulnerable, atemorizado, al que siempre le
dolía algo, la espalda, y como en permanente huida de algún monstruo al que
sólo pudiera él vencer con el rayo divino de su gracia jocosa y desarmante de niño genial.
Quizás por eso también terminaba siempre, entre los aplausos, las actuaciones
con su mítico “no puedo, no puedo”, curiosísima expresión de incapacidad o de
impotencia final ante la seriedad definitiva de la vida, que acaba siempre
por matar al niño que fuimos, que acaba siempre por matarnos. Así Chiquito, frente a los yes, we can, los sí se puede, frente a las proclamas del triunfo de la voluntad tan
en boga hoy, enarbolaba la más humilde y realista confesión de la derrota en
que a la postre la vida consiste. Sólo que con su genio impar, sí pudo Chiquito, ya lo creo que sí pudo -y
puede, pues puede su obra verse y recrearse- comunicarnos tanta gracia y risa
que con él recuperamos por muchos momentos el jubiloso infante que fuimos, que
somos. Gracias por todo ello, Chiquito
de la Calzada.
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