En la noche del viernes que
siguió al Halloween, el Antro estaba precioso, la verdad. Había
poca gente, portaban ropajes y gestos vagamente exhaustos y melancólicos bajo
luces tenues y en calma. Se posaba sobre todos aquellos seres una suerte de grisácea
tristeza post-horripilancia que, bien vista y pensada, tenía mucho encanto.
Podían escucharse y todo, no te digo más, los apacibles trinos de Tina Charles con su “Love to love”, como adrede traídos
desde mediados del siglo anterior para acabar de redondearlo todo en armónica
mansedumbre. “Oh, I love to love, but my
baby just loves to dance, he wants to dance, he loves to dance… Ohhh I love to
love…”. Ah, qué placer de dioses ociosos el lentísimamente paladear allí el
agridulce gin-tonic nuestro de cada viernes.
Y entonces, puedes ya imaginarlo, sucedió que la vi.
Confinada en un extremo de la pista, a su bola,
sola. Bailaba desganada, apenas ondulaba el cuerpo, como convaleciente en vida
de algún sentimental desastre. Pantalones ajustados en negro y suéter de cuello
vuelto muy negro también: una musa existencialista de edad media, eso es. Alta,
muy alta, que debía sacarme cabeza y media lo menos. Melena lisa y negra,
claro, de india, partida en dos por
tajante raya central y como aplastada a cada lado de la cabeza. A ver, no era
una mujer de película: ni sus senos eran soberbios, ni el final de su espalda
invitaba al estupro. ¿Su rostro? De rasgos corrientes, como los míos, sólo que
la extrema seriedad de los mismos, la gravedad de su circunspección, llamaban
la atención. Pensé uffff, ostras, esa mujer lleva encima, está atravesada por
todas las tragedias griegas juntas. Pensé luego, y me precipité a transgredir
el canon del nuevo orden amoroso, sin duda llevado en volandas por la belleza
triste que del Antro trascendía, ya está,
me acerco a ella, le digo aquello de Eurípides-no me Sofocles-que te Esquilo,
se troncha entonces, nos ligamos y …y eso, lo que luego sigue y ya tú sabes. O mejor, lo de Unamuno y el sentimiento… Mejor lo de Woody Allen, abordarla y muy solemne yo declamarle a la vera… Comedia
es Tragedia más tiempo… y blablablá, eso, sí.
Sólo que de camino hacia aquella mujer alta y trágica perdí empuje. Me
convencí ahora de que eso todo eran chorraditas de peli mala, que lo que mejor
convenía a mi afán –y a lo que sólo me atrevía- era el decirle bien alto el
consabido hola, me llamo Jose, y qué,
vienes mucho por aquí, y tal, así es que eso mismo le dije adentrándome
–eran de verse mis aleteos de pingüino ortopédico allí- en la lenta onda
bailarina que la sirena semivarada y grandota mantenía. Se ve que debía ella
haberme ya jipiado antes. Oh, I love to love, insistía conmigo
a la vez por aire Tina Charles. Fue
sólo un instante de suspense. No me miró con cara de espanto, nada de eso.
Tampoco me dijo piérdete tío. No. Me dio directamente con su negra espalda en
mis narices. Se alejó así después un metro más allá de mí y the end. Me consoló
un poco, de momento, que la voz de Tina Charles, aun enlatada desde hacía
cuarenta años, pareció quebrarse ante mi desaire, oh, I love to love con
sordina de pena esta vez. “Claro, son
tantas y tantas tragedias sobre esa
mujer, has de comprenderla”, me animé pensando así. Hasta que vieron mis
ojos a continuación como la muy enlutada pendeja se hacía ojitos con un
descomunal metrosexual jovenzuelo que por allí acechaba, y cómo pronto el
semblante trágico se le tornaba en zalamera faz de comedianta de primera.
En fin, ya en la pista del Antro el único atacado por sones de tragedia
era yo. Con andares y tropezares de pingüino vapuleado, volví a la casilla de
salida. Oh, I love to love dónde estás, pues también Tina Ch habíase ido y ahora ponían
electrónica a toda pastilla. El gin-tonic sabía a salmuera. Me dije “no
serás capaz ahora, alma de cántaro, de ir y contar esto, estas cosas se callan, so
bobo”. Y el resto fue ruido, mucho ruido.
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