¿Te despiertas de pronto muchas noches, al rato de dormirte, pongamos
que hablo de las tres, con una PALABRA
como una bombilla prendida relampagueándote la frente? Sabes que de no
incorporarte en ese momento su preciosa luz mañana se habrá extinguido
olvidada, así es que lo haces: enciendes
la lamparita y la anotas en la libreta que a propósito dejaste en la mesilla.
Guay, a salvo ya. Te vuelves a encoger bajo las mantas. Tratas de retomar el
sueño. Un par de vueltas sobre el camastro. Ocurre entonces: ¡otro “palabro”
que te estalla, que le hace además majestuosa coda al primero de antes! Repetir
la rosa, claro: lámpara, anotar, apagar, mantas, cerrar ojos… En vano. ¡Ostras!,
que ahora, como en racimo que de aquella
germinal uva se desprendiera, relacionadas pues con ella, otras palabras –que además te parecen
felicísimas en la intensa oscuridad- en tropel te invaden la mente, a medias
pergeñando ya en tu melón las expresiones fulgurantes de un texto que ahí
encuentras genial. El procés again, yes: lamparita, apuntar en
abreviaturas, apagar, mantas, vueltas, lo mismo de antes. ¿Dormir al fin?
Imposible. Como en una soberbia mascletá, ideas y expresiones
resplandecientes, abierta ya y desbordada la feria, asaltan en traca inacabable
tu entendimiento nocturno. Qué colores, qué figuras, qué ooooohs. Un cielo
electrizado de belleza, todo eso es que lo ves alucinado sobre la negrura
nocturna. Guau, chico, esto no lo puedes dejar pasar. Levantarse entonces de
nuevo, pies sobre el frío parquet, apuntarte todas, ah, maldición, se me olvidó
esta, levantarse otra vez, pasar “yaque” al baño: mear, beber water. A la piltra
de nuevo. Vueltas. Más vueltas. Con el cerebelo revolucionado, del todo
desvelado, lo sabes bien, alcanzar el sueño es ya pura utopía. Te escribes
mentalmente de corrido tres libros de una hermosura nunca vista. Te dieron las
cinco, las seis y las siete, y obnubilado al amanecer te abandonó la luna.
Noche en blanco, pues, como búho hechizado por linterna incontestable, médium y
rehén de las más altas Potencias Imaginativas. Te vence al final el sueño,
claro. Sólo que a la hora y media el grito del despertador te expulsa de la cama.
Ducha. Relees entonces las genialidades que garabateaste anoche en la agenda… Bah,
a la cruda luz del día, de geniales les queda ya poco. Merde. Alguna cosita
podrás salvar. El resto del día arrastrándote, alma en pena entre miradas
circunflejas a tu alrededor. Cómo explicarles que la culpa fue de las palabras,
que ellas te emborracharon y se apoderaron de ti. ¿Algo así también te ocurre?
No lo dudes en ese caso: peor o mejor, consagrado o sin Nombre, amigo mío, eres
escritor. Y con moraleja: ¿quién, al otro lado de la cama puede soportar
cataplasma y trajín de noche así, eh?
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