Anoche, con la astrazéneca aún en vena, me apunté a un partido de pádel. Necesitaba airearme. Me puse la venda antes de la herida. “Si no doy una, es por la jodida astrazéneca, aviso. Me duele el brazo, estoy matao”, les dije a mis compis. ¿Querrás creer, que tras unos inicios dubitativos, fui anoche el Puto Amo de la Pista? Para mi más completo asombro, y el de mis compis, es que llegaba a todas, bandejeaba de lo lindo, todo lo devolvía mejorándolo. Incluso, algo que en mi vida había hecho, aquí donde me ves… ¡saqué una bola por cuatro! El primero que alucinaba era yo, los segundos, ellos. Los que pasaban se quedaban mirándome. Camiseta blanca y calzón negro, pelillos y barbita covidera, ese era yo, el Olímpico Rey del Pádel anoche. Ganamos. Chocamos las palas. Un compi de enfrente no pudo entonces contenerse: “Hostias, Jose, vaya partidazo que te has marcado, cabrón… yo me pido una astrazéneca de esas pero ya”. Reímos los cuatro. Y ya un poco en machista me remató: “Si te encuentras de aquí a casa una mujer que te guste… uff, iba a flipar contigo, la harías volar, la leche, qué tío”. No te pases, comp, apunté. Nos reímos más todos. Necesitaba una noche así, joder. La noche astrazéneca, en la que bien bonitas brillaban las estrellas en lo alto.
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